OPINIÓN|
La crisis del Coronavirus, destapó otra pandemia letal, cuando conforme los recursos públicos, tanto del estado central como de los entes seccionales, entraron en emergencia, la cual en no pocos casos ha servido para que la corrupción viralizada que soporta el país, “haga su agosto”, mediante el sistema deficiente de compras públicas que mantenemos, y que justamente permite que las cadenas de mafias, enquistadas en este esquema, puedan realizar adquisiciones, con un margen de utilidad mayúsculo para los integrantes de esas mafias con los dineros del pueblo ecuatoriano, que ahora mismo clama por alimentos, atención sanitaria, trabajo y tantas otras cosas.
Si es un crimen robar los fondos públicos, doblemente lo es hacerlo en una crisis como la actual, ya que se demuestra la repugnante falta de escrúpulos de estas cadenas bien montadas y engrasadas de corrupción, como ha sucedido con la adquisición de mascarillas, pruebas para la detectar el Coronavirus, compra de fármacos y hasta de fundas para los cadáveres.
Cada día, sin falta los ecuatorianos que podemos darnos el lujo metafóricamente de hallarnos confinados en nuestros hogares, como aquellos que salen a las calles por imperiosa necesidad de supervivencia, nos enteramos que en tal hospital, tal ministerio o secretaría de estado, o tal servicio de salud de una entidad seccional, han sido “pescados” en los delitos de sobreprecios fraudulentos de aquellos insumos y alimentos, en tanto las entidades como Fiscalía, Contraloría, etc. no se dan abasto para actuar en base a la cantidad de denuncias y el número de presuntos culpables de estos hechos.
Este panorama nos trae una triste conclusión a los ecuatorianos, y es la siguiente: pasará en algún momento la terrible pandemia del COVID-19, pero lo que posiblemente no terminará, será la epidemia viral y descontrolada de corrupción con los recursos públicos, para lo cual no se ha inventado ninguna vacuna, ya que las leyes pueden ser meros paliativos, y las sanciones apenas un placebo destinado a calmar, no la corrupción, sino los ánimos indignados de la ciudadanía, que filosóficamente dicen, “Para qué más recortes de impuestos, si se llevan el dinero los corruptos”. (O)