OPINIÓN|
Y, en cuarentena, “en un abrir y cerrar de ojos”, se nos fue mayo, el mes de las flores, de los frutos, de la cruz y los recuerdos, mientras más lejanos más diáfanos y cercanos; el mes de María con rosario de la aurora, bazar, procesiones y primeras comuniones escolares; mes de las lluvias y exuberancia de la chacra en floración, abriéndose de ofertas a la vida; mes de la ofrenda familiar a la Cruz de la Loma; mes de interminables noches estrelladas con el cielo desbordándose de diseños de luz, entre los que destacaba, nítida, la Constelación de la Cruz del Sur, omnipresente en el cielo Austral.
Y la celebración de la Cruz de Mayo en homenaje de reciprocidad al Maestro, en mi escuela era todo color. Los caminos se vestían de fiesta con desfiles de escolares portando sus castillos; dos plantas de maíz hacían una cruz adornada con todos los productos de la chacra; pero habían unos castillos que daban envidia; cuatro chacras grandes, las mejores en porte, galanura y producción hacían su cruz, a la que enredaban las mejores plantas, choclos, tubérculos, espigas, calabazas, vainas, aromáticas y frutas, rematados en su parte superior, con un arco de flores de brazo a brazo, genuina representación de la cruz de la Constelación de la Cruz del Sur, con su arco de estrellas en su parte superior como se la ve cuando está vertical, como analiza Francisco Lojano. Es la Cruz Andina o Chacana, casi cuadrada, referente astral de las culturas andinas.
Y se nos fue mayo, pero queda junio para buscar la Constelación de la Cruz del Sur en las noches del cielo austral. Seguirla desde su salida hasta desaparecer de la bóveda celeste y encontrarla el 21 de junio, vertical sobre la cima de Ictiocruz o Loma de la Cruz, en el solsticio de invierno, fecha del Intiraymi; tema estudiado, con pasión, por Hernán Loyola Vintimilla+, tan cercano en los recuerdos. (O)