EDITORIAL|
En términos generales es positiva la experiencia de los primeros días de Cuenca en la etapa de semáforo amarillo. La ciudadanía en buena parte respetó las disposiciones que se han dado para esta fase. Desde luego hay excepciones y son condenables, de personas que ni siquiera por razones laborales sino por simple diversión incumplieron esas normas. La reactivación de las actividades productivas y en general de la posibilidad de que la gente salga nuevamente a trabajar y ganarse el sustento diario, fue una nota destacada. Lograr que la ciudadanía tenga en el futuro inmediato una creciente responsabilidad es lo que queda por esperar, pues la pandemia no ha terminado ni lejanamente y puede reaparecer si los comportamientos irresponsables crecen.
Volver lentamente y con los necesarios cuidados a lo que ha dado en llamarse la nueva normalidad, era una necesidad impostergable. De haberse mantenido en rojo, la gente habría desobedecido totalmente las disposiciones. Hay un porcentaje mayoritario de ecuatorianos que no tienen trabajo estable. Hoy a esa trágica realidad se suman miles de despidos debidos a que las empresas no han podido soportar las secuelas de dos meses de paralización. Es un fenómeno mundial, no solamente de nuestra ciudad y de nuestro país, la drástica reducción de plazas de trabajo.
La decisión de cambiar de etapa fue bien recibida por la ciudadanía. Ahora le corresponde a la gente obrar con la mayor responsabilidad posible para evitar que recrudezcan los contagios con su secuela dolorosa. Punto importante de esa responsabilidad le corresponde a la familia, como núcleo social fundamental que es. En la semana pasada se denunció en las redes sociales numerosos casos de reuniones sociales especialmente de jóvenes que pensaron que el peligro había pasado ya. A la familia le corresponde educar a sus hijos e impedir que eso vuelva a repetirse. Lo contrario es una irresponsabilidad mayúscula.