OPINIÓN|
La noticia es alarmante. Causa temor y profunda desazón. El hospital Vicente Corral Moscoso y el José Carrasco Arteaga -los que cuentan con mayor número de camas en el Azuay- estarían al borde de superar su capacidad operativa. Voces bien informadas aseguran que habría un peligroso rebrote que, para nuestra desventura, nunca aparece sólo, llega acompañado de la funesta carga de tribulaciones que le son inherentes. Por la verosimilitud de las fuentes periodísticas, tendremos que admitir que la pandemia al momento se habría vuelto o estaría a punto de volverse incontrolable. La crisis de negativismo adquiere el tono de lo patético. Hay una pertinaz lluvia de recelos que no cesa. La desesperanza es una marea que no deja nada en pie.
Pero, ¿Qué pasó? ¿Cuáles las causas del pernicioso desafuero? Intentemos una explicación. Habría dos causas principales: La primera, haber pasado al semáforo amarillo sin tomar las precauciones del caso. El papel de los medios de comunicación, los sermones de los sacerdotes, las recomendaciones a lo estudiantes de todo nivel, habrían permitido que se dispusiera de información que por su rigor científico habría frenado los excesos. El segundo, la confianza -como ha ocurrido en casos semejantes- de que lo peor habría pasado. Esos equívocos hacen que se pierda perspectiva y que se olvide “que lo único seguro es lo inseguro”.
Tenemos que entender que el hombre por más humilde que sea, tiene un valor inmensurable. Que la totalidad de los tiempos humanos debe ser considerada con el mayor respeto, admiración y asombro. Y reparar en que si buscamos en la biblioteca de las doctrinas no admitidas, nos encontraremos con una que coincide con los duros momentos que hoy vivimos: humanismo. ¿Dónde está? pues se perdió en la muchedumbre o en los archivos de la sinrazón que hoy avanza triunfante. (O)