Se dice que las monjas trajeron los dulces de Corpus Christi a Cuenca, cuando la ciudad no era tal sino un pueblo fundado por los españoles. Con el pasar de los siglos, los dulces, que solo se hacían en los conventos, también empezaron a elaborarse fuera de ellos, y hoy en día, a pesar de la pandemia, las singulares golosinas son parte de la tradición de los cuencanos.
Toda esta historia sobre cómo los dulces que habían sido elaborados en los claustros está siendo contada en el Seminario de San Luis, por la Arquidiócesis de Cuenca, con la finalidad de rescatar la memoria de los monasterios de San José y de las Conceptas, que más allá de la religiosidad, han formado una cultura entre la población.
“Por la situación que vivimos, vimos la oportunidad de mostrar los productos que hacen las monjitas en los claustros, ya que ellas empiezan a brindar los dulces que ellas trajeron en honor a las fiestas de Corpus Christi”, dijo Natalí Vázquez Calvijo, coordinadora del departamento de Cultura y Turismo de la Arquidiócesis de Cuenca.
En una de las salas del Seminario de San Luis se colocaron mesas, y sobre ellas, reposan algunos de los dulces, como las famosas quesadillas. A estas les acompañan fotografías que fueron prestadas por el Museo de las Conceptas, en donde viven encerradas 24 monjas.
En las imágenes se pueden ver a quienes se dicen hermanas, preparando alguno de los dulces. También, en blanco y negro, está una fotografía del horno de leña que utilizaban para cocinar sus recetas.
Como parte del ambiente se proyecta un video en el que hablan las monjas sobre su vida y su obra.
Los otros productos
Si bien en esta ocasión los dulces son el fuerte de esta exposición que se realizará hasta este 18 de junio, también están los otros productos, que de a poco desaparecen: el agua de pítimas, los vinos de consagrar, los reconstituyentes y los de mesa, los jarabes de rábano (que son elaborados con las plantas medicinales de los huertos de los claustros), y la gelatina de pichón.
De todos estos resalta el agua de pítimas que, por estas circunstancias pandémicas, ha sido embotellada por las religiosas.
Además de los alimentos caseros, las monjas han compartido lo que a simple vista parecerían artesanías, sin embargo, para ellas tienen otro significado: corazones bordados y carteritas.
Los corazones, también llamados «detentes», reposan en las mesas. Quien las compre, según las religiosas, estarán protegidos. Y, de hecho, docenas de corazones, en los que rezan: «El corazón de Jesús está conmigo» han sido vendidos, sobre todo a gente de Guayaquil, que ha pedido que se los envié a su ciudad, en la que el COVID-19 ha afectado en grandes proporciones.
“Todo esto es parte de nuestra tradición, de nuestras costumbres. Y sería bueno ayudar a mantenerlas. Sacar sus productos y mostrarlos es necesario”, dice Natalí.
Después de la pandemia, cuando haya las seguridades del caso, se espera que los claustros vuelvan a atender a la población, que podrá adquirir los productos con solo golpear una puerta y solicitarlos. (AWM)-(I)