OPINIÓN|
Hay días en los que es difícil escribir. Las ideas se niegan a ordenarse cuando el corazón aprieta por la indignación. Por la decepción ante esta justicia que nunca llega. Ante la corrupción rampante y la impunidad.
¿Esta semana? Nada nuevo bajo el sol. Otro escándalo de corrupción. El hallazgo, en la residencia Bucaram, de los insumos médicos que bien podrían formar parte de la inmensa red de corrupción que ha desolado los hospitales del país. De esa red de corrupción inaudita que se alimentaba del sufrimiento y exponía los más abyecto de la miseria humana. Y en el mismo renglón, un prefecto del Guayas que pretende salvarse de los contratos irregulares acusando a su propia familia, en un acto de cobardía que no conoce precedentes.
Ya nada nos sorprende. Los actos de corrupción que más que sucederse se atropellan. ¿Y los responsables? Fuera del país por supuesto. Ausentes ya del simulacro de justicia y la parsimonia de los órganos de control. Una impunidad blindada, también, por la ley. ¿O acaso hemos olvidado que la Asamblea Nacional ha evitado por todos los medios acatar el mandato de la Consulta Popular que permitiría confiscar y devolver los dineros robados?
Y en medio de todo esto los más vulnerables son los niños. Sí, nos niños. Los que miramos convertirse en adultos sin brújulas morales. En esta sociedad donde la impunidad promueve la repetición del delito, mientras la justicia deja su gran lección: puedes escapar. Puedes vender tu conciencia. Ya nada importa en medio de la jungla más que ser rico a cualquier precio. Y mientras más mejor. Mientras mayor sea el atraco más segura será la huida. No por nada las cárceles están repletas de desposeídos. De los que no tuvieron suficiente para comprar su impunidad. ¿Los otros? ¿Los verdaderos autores del despojo? ¿Las cabezas de las mafias que han desangrado en miles de millones el erario nacional? No. Ellos no están en las cárceles. Ellos disfrutan de su fortuna y miran de lejos, ajenos para siempre a la justicia del nunca jamás… (O)