OPINIÓN|
Cuando el dolor en el mundo entero y en este país arrecia, en forma de una peste agresiva e inclemente –el Coronavirus- cada día se siente el vacío que dejan tantos seres humanos que parten al más allá; los hospitales ya no dan abasto a tantos enfermos y, en consecuencia, deberán cuidar de sus familiares, en sus casas, hasta tener una cama de hospital que esté habilitada; mientras tanto, los insumos médicos y sanitarios escasean en razón de la gran demanda y en este panorama oscuro y angustiante, hay ecuatorianos que negocian con el dolor y encuentran que el mejor beneficio está en las importaciones de mascarillas, de fundas para cadáveres, de pruebas para el COVID-19 y de más insumos requeridos para esta pandemia y aún más, en el mantenimientos de las distintas casas de salud, que dejan considerables ventajas, mientras cada día los enfermos y fallecidos permiten continuar con este provechoso negocio.
Bien dijo el filósofo inglés, Thomas Hobbes: “El hombre es un lobo para el hombre”. En esta particular dimensión del dolor y de la incertidumbre de los seres, emergen desde cada rincón de este país, sobre todo en la dimensión sanitaria, el robo y las ambiciones, que pisotean la dignidad y el respeto que deben guiar el comportamiento humano, en estos momentos en que todo aquello que se relaciona con la salud y el bienestar humano está conculcado al ego y al beneficio personal, de quienes están a cargo de las responsabilidades administrativas y de los bienes del Estado, esto es del patrimonio de todos. Es la hora de combatir al COVID-19, sin embargo, un virus más pernicioso, es el de la corrupción que corroe el alma de los ecuatorianos. (O)