OPINIÓN|
El reportaje de la Agencia de Noticias EFE, replicado en varios medios de comunicación, de la incansable maestra Carolina Espinoza, quien pedalea a diario varios kilómetros para llegar a casa de cada uno de los 83 alumnos que, por falta de internet, no asisten a sus clases virtuales, en el cantón Playas, provincia del Guayas impresionó gratamente a todo el país.
El sensible cronista nos cuenta que esta imparable mujer de 40 años, si alguno de los chicos no aparece en la pantalla, toma su bicicleta y busca uno por uno a los menores, a quienes llama “mis hijos”, para darles clases particulares y evitar así que se retrasen en sus estudios.
Profesora de “todas las materias”, madre de tres hijos: 16, 12 y 2 años, dicta sus clases complementarias en las aceras, coloca la pizarra donde buenamente puede, en una ventana, arrimada a una tabla, a un árbol y repite la clase.
Durante esta pandemia, período extremadamente doloroso para el país, se descubrieron decenas de hechos de corrupción en la adquisición de insumos para enfrentar el virus, por lo que su trabajo ejemplar, a pesar de sus limitaciones económicas, merece ser destacado y reconocido por la sociedad entera, debiéndosele entregar una vivienda digna, un vehículo para facilitarle sus desplazamientos ó un sueldo vitalicio.
El Parlamento Europeo no solo legisla, sino que también promueve los valores éticos. Todos los años otorga cuatro premios en reconocimiento de la excelencia en derechos humanos, cine, proyectos juveniles y buena ciudadanía, siendo una oportunidad de dirigir la atención pública hacia personas y organizaciones que se esfuerzan por hacer un mundo mejor y de animar a otras a seguir su ejemplo.
¡La incansable Maestra ecuatoriana de seguro ganaría uno de estos cuatro significativos premios, pero ella tan solo ha recibido un diploma de cartón y nada más por parte del cuestionado Gobierno Nacional! (O)