OPINIÓN|
Creía que solamente en Latinoamérica o países del tercer mundo, las protestas callejeras se convertían frecuentemente en vandalismo. Pero no. Sucede en Rusia, Estados Unidos, Francia, Alemania, Inglaterra, Italia, China, Japón. El fenómeno rebasa entonces la expresión de inconformidad colectiva, para tornarse resentimiento social capaz de destruir antes que solucionar los problemas, dando pábulo políticamente hablando a los populismos.
Nada justifica destruir edificios, asaltar negocios, incendiar patrulleros, destruir calles, manchar paredes, agredir gente, secuestrar autoridades. Porque la reconstrucción de bienes públicos y privados, acabamos pagándola todos a través de los impuestos así como el costo de bienes y servicios.
Pero más allá del aspecto económico está lo social, especialmente el relacionado con el control preventivo y punitivo, donde se concentra la discusión sobre el límite que tienen las fuerzas del orden. Ecuador recién permitió utilizar métodos letales para casos extremos; otros países ya lo tienen.
La reacción popular generalmente es negativa considerando como “abuso y brutalidad policial”, sin evaluar las circunstancias que rodean el conflicto ni quien lo origina a veces deliberadamente. ¿Cómo debe reaccionar el uniformado cuando es agredido, o enfrenta la delincuencia en sus diversas expresiones?. Al ecuatoriano le considero bastante desprotegido, pues según líderes de opinión, las leyes son más favorables al antisocial que la ciudadanía; otros regímenes en el mundo le brindan mayores garantías, casi como defensa personal.
Equilibrar la ecuación de los derechos humanos resulta complicado, porque los míos terminan donde comienzan los ajenos, creando también deberes por cumplir. Así conceptuada la protesta pública es legítima, siempre y cuando no perjudique a los demás. (O)