OPINIÓN|
Una oscura tormenta de desaciertos barre con nuestras impostergables urgencias económicas. Desde que las finanzas públicas han sido conducidas por el actual Ministro de Finanzas, el desastre ha sido su signo, y la desgracia del pueblo ecuatoriano, su inocultable objetivo. El despropósito se ha erigido en catedral de la infamia. Los yerros en el pan de cada día. Su calvario no tiene fin. Continúa. Persistente. Soberbio. ¿Hasta cuando? Alguien debe poner fin a esta crisis que ha situado al país en el precipicio de su desintegración, de la que lamentablemente no hay vuelta.
Para colmo, la “bendita” asamblea, no fiscaliza, actitud que resulta no sólo sospechosa sino que podría haber ingresado a ese delicado espacio en que la complicidad extiende su oscuro manto y deja entrever los acuerdos bajo la mesa de las mutuas conveniencias. El país avanza, -en materia financiera-, si es que avanza, presa del más profundo desamparo. Se ha quedado íngrimo. En soledad absoluta y abandonado a su suerte, víctima de menoscabos irreparables.
No exagero un ápice en decir lo que digo. Basta recordar que al momento -según fuentes confiables- el desempleo alcanzaría la mortífera cifra de los 6 millones, cifra que supera largamente a todas la anteriores. La gestión económica no da pie con bola. Ha privilegiado -pese a la insondable crisis económica- el pago de la deuda externa. Incluso se habría obtenido un préstamo del Banco Central, asunto que está expresamente prohibido por la ley y que debería dar inicio a la correspondiente investigación de los órganos de control. Cuando en época de Velasco Ibarra un funcionario incumplía con el país, le aceptaba la renuncia sin que la hubiera presentado. Aplicarla en el caso propuesto parece ser de urgencia inaplazable. Pues que, se ha superado en mucho la vieja expresión: ¿Hasta cuando padre Ameida? (O)