OPINIÓN|
Quiera que no, como crisis, cuarentena, pandemia son tema de conversación, de noticia, reflexión, intercambio de experiencias, se dan también, entre gente de diversa edad y condición, los refugios. Seguramente uno de los más usuales es la televisión: ciertas series infantiles, juveniles, adultas, unas telenovelas, un programa entretenido, alguno -muy raro- reflexivo y serio, las noticias terribles, las imágenes espantosas: los políticos haciéndose campaña, en medio del dolor y de la muerte, proclamando su falso civismo y sus virtudes, mientras todo prueba que muchos estaban dedicados a la rapiña; estos son algunos de los temas que congregan a las familias -raramente numerosas- en torno a esa caja, antaño mágica, que contiene cosas hermosas, pero que muestra, la mayor parte del tiempo, gran cantidad de falacias y vergonzosos engaños.
Otro asilo es el teléfono. Están las llamadas entre personas que siempre se conectan; las que lo hacen esporádicamente y las que nunca lo han hecho, y, de pronto, descubren, en esas palabras intercambiadas con desaliento, con tristeza, pero con amistad, algo como un momentáneo abrigo fraterno y esperanzador.
Y el internet, en su función de correo o en las redes, debe ser de los más usuales amparos sociales, para reír un poco -pues el humor no abandona al ser humano, es parte de su esencia-, para enterarse de noticias verdaderas o falsas, para saber de tendencias en muchos campos, para disfrutar con las artes visuales, las grandes exposiciones virtuales y las charlas eminentes sobre algunas obras; los monumentos, la nostalgia del “ahí estuvimos, ¿te acuerdas?”, “ es hermoso”, “no me gustó mucho”, “muy grande”, o el despistado: “y eso, ¿en dónde estaba?”. Y la maravilla de la gran música, prodigada desde YouTube, aunque a veces interrumpan la Misa de Bach, una ópera, un concierto orquestal o instrumental, con alguna irrespetuosa publicidad.
Y está la literatura con sus plataformas, sus discusiones, su intercambio de ideas, su motivación a la lectura. ¡Pobres libreros, creo que no han alcanzado a vender ni un folleto, pero cuánto se ha hablado en estos días de su preciosa mercancía! Realmente, los libros, buenos amigos siempre, no han fallado en este durísimo período que aún no termina. (O)