OPINIÓN|
Hubo una vez en Cuenca una escuela muy especial. Y no, no hablo de la entrañable figura del instituto al que cada día enviamos a nuestros pequeños. No, esta vez estoy hablando de la famosa “Escuelita” que entre los años 50 y 60 funcionó bajo la tutela del inolvidable Francisco “Paco” Estrella con su humor infalible.
Una escuelita sui géneris hay que reconocer, dado que funcionaba en una cantina ubicada a unos pocos pasos del parque central. Una escuelita a la que no asistían niños sino poetas. Escritores de plumas certeras para aquellas legendarias tertulias literarias alrededor de las “chucurillas” (pequeños botellines de aguardiente) que amenizaban las ocurrencias. Y los alumnos no eran poca cosa. Por allí desfilaron figuras de la talla de Gabriel Cevallos, Ramón Burbano y Efraín Jara entre otros. Un distinguido alumnado que Paco Estrella (el inspector) y Carlos Flores (el Director), organizaban en seis “grados”, siendo los más avanzados aquellos que concurrían a la cantina con mayor asiduidad.
Poco pasaría para que las ocurrencias geniales dieran paso a la creación literaria. Vería así la luz la entrañable “Escoba”. Esa maravillosa revista que se publicaba “cuando le daba la gana” y practicaba la “elevada alquimia de convertir lo nefando en risible, lo estirado en ridículo”. Y sería maravilloso. Nunca, como entonces, adquirió el humor un porte tan literario y refinado. Y así, entre “El Manifiesto Pishquista”, el “Tiempo de Monas” y “El Dolor de Muela en Alta Noche”, la Escoba se convertía en una leyenda.
Y claro, de entre todas las plumas, sería la de Paco Estrella aquella que más recordaremos. Humorista y bohemio implacable, culto y refinado que sabría reírse de la Cuenca beata y monacal del mediados de siglo. Maestro de la literatura humorística, escabroso territorio donde pocos logran ver la línea que separa la broma y la ironía de la impertinencia.
¡Vayan estas líneas en tu memoria maestro! Hoy a medio siglo de tu partida, en esta época de caudillos, vergüenza y atropello, cuanta falta nos hace recordar el arte perdido de reírnos de nosotros mismos. Pero recordaremos. Ya recordaremos… (O)