EDITORIAL|
Durante la presente semana se dieron importantes cambios en el gabinete presidencial y el más sonado de todos: la renuncia del Vicepresidente de la república. La separación voluntaria del segundo magistrado dejó en claro que tiene como objetivo participar en las próximas elecciones presidenciales. Con una buena aceptación pública -en medio del desgaste que todo régimen tiene sobre todo al final de su mandato- la suerte del exvicepresidente resulta incierta en el proceso electoral. Si se efectiviza esa participación, partirá con el respaldo oficialista pero también con la carga de los errores y sobre todo de los numerosos actos de corrupción detectados en varios campos y sobre todo en el campo de la salud.
De los cambios en el gabinete, sorprende especialmente el del Canciller. Si bien el nuevo titular de relaciones exteriores es un profesional en el área y con amplia experiencia, así como una respetable hoja de servicios, no queda clara la razón de la renuncia del anterior Canciller. Que se trata de una decisión personal porque considera que ha cumplido con los objetivos que le llevaron a espetar esa alta función, no es una explicación totalmente convincente. En todo caso se va un buen Canciller que dio importantes pasos para rescatar la dignidad de una cancillería deteriorada tremendamente durante el anterior gobierno y en la primera etapa del actual. En su contra pesa el haber mantenido algunos nombramientos políticos en el servicio exterior.
Los otros ministerios y altas funciones que cambian caen dentro de los reajustes normales que hace un presidente al final de su período. Quizá el que más sentido tiene es el del ministro de Trabajo. Permitió interpretaciones antojadizas y tuvo poca claridad en el manejo de la crisis. Con ello se perjudicó a los empleadores que despidieron trabajadores alentados por posiciones dubitativas del Ministro y hoy deben enfrentar juicios y reclamos. Y, perjudicó a miles de trabajadores que perdieron sus puestos en los momentos que más necesitaban de esos ingresos.