OPINIÓN|
Otro vicepresidente que se fue. El tercero. En un periodo de gobierno tan pequeño y accidentado.
Se ha visto de todo en los vicepresidentes de la República. Su principal función, de todo. Algunos -dignas excepciones- eficientes, rigurosos y comprometidos con su rol. Otros, inactivos, huéspedes de ninguna atribución, conspiradores de la destitución del presidente, aduladores, avivados, estafadores, desencajados, tesoreros de coimas y corrupción, delincuentes, y ahora, candidatos de la llamada nueva normalidad.
El sistema hiperpresidencial del Ecuador que se diseñó en la Constitución vigente de 2008, le entrega al vicepresidente una función residual capaz de limitar al máximo su participación; la Constitución de 1946 entregaba claras atribuciones al vicepresidente en una cercanía al modelo presidencial puro estadounidense en donde éste se encargaba de presidir el extinto senado ecuatoriano. La Constitución de 1978 definió que el vicepresidente lideraba el consejo nacional de desarrollo. Todo ello cambió. Ahora, en este último tiempo, los vicepresidentes se dedican a tumbar presidentes, contar cachos, dar charlas motivacionales, manejar las finanzas de la corrupción, o calcular y apostar todo por su imagen electoral.
Sí. Otro se fue. Y con claridad. Su partida no es en cualquier momento, sino en medio de una de las crisis más letales que vive la humanidad y el Ecuador. Cuando mayor búsqueda de institucionalidad, democracia y camiseta puesta se necesita. Ante un Gobierno desgastado por el entorno, herencia y sus propios errores, otro vicepresidente se fue.
El cargo de la vicepresidencia debe abandonar el cálculo y show. Se hace urgente en el país regresar a una clara definición de funciones que mantenga a los vicepresidentes ocupados y comprometidos, para que los malos pensamientos no vengan. O mejor dicho, para que en una próxima, Ott(r)o calcule menos y no se vaya. (O)