“Yo quiero ser llorando el hortelano
De la tierra que ocupas y estercolas.
Compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
Y órganos mi dolor sin instrumento
A las desalentadas amapolas
Daré tu corazón por alimento”.
Cuando dominaban los pensamientos de la muerte en los sonetos amorosos de “el rayo que no cesa” y a punto de publicarse, la muerte repentina de Ramón Sijé, como un rayo que se precipita a tierra, ocurrido durante las navidades de (1935), estallara como fuego incandescente en los moldes elegiacos hernandianos para concretarse en soberbio canto fúnebre equiparable a las “Coplas” de Manrique y el llanto por Ignacio Sánchez” de García Lorca. Por esas fechas Hernández estaba alejado de Ramón Sijé, su antiguo amigo de Orihuela, una incomprensión reciente los había distanciado; Sijé murió súbitamente cuando no se había disipado el malentendido. Así podemos comprender el poema que es grito de elegía en el que confluyen los sentimientos de culpa y la irrupción brutal de la muerte, como una realidad física, en el poema trágico de los sonetos de amor, que provoca la tensión necesaria para que el mundo poético hernandiano crezca en una dirección capaz de resolver por los causes del panteísmo, la inexorable presencia de Tánatos. Esta corta composición consta de 16 estrofas, publicadas a principios de 1936, a los 26 años de edad. Hernández alcanzo la inmortalidad de la fama. El núcleo temático de resignado y melancólico de Elegía encierra uno de los más hermosos mitos de ancestro campesino, la horticultura de la muerte. El centro de la elegía es el sentimiento del poeta su tono en gran parte lamentatorio se condensa en un estilo descriptivo, para transmitir la queja alejado de las formas tradicionales, exclamativas y llenas de preguntas.