América Latina, el Caribe y la Unión Europea mantienen sólidas relaciones y comparten una historia común, valores universales e intereses políticos. Sin embargo, nuestra relación se basa en algo más que eso.
En los últimos años, nuestras sociedades han aumentado su integración, lo cual, a su vez, ha aumentado nuestra influencia política y económica en el mundo: conjuntamente, representamos el 25 % del PIB mundial, además de un tercio de los miembros de las Naciones Unidas y casi la mitad de los del G-20.
Ahora bien: el mundo que conocemos está cambiando, en especial por la pandemia de COVID-19, y los valores que compartimos están siendo cada vez más amenazados. Desde el multilateralismo y el desarrollo sostenible, hasta la igualdad y la cohesión social, nuestro compromiso con un orden internacional basado en normas se está poniendo a prueba. En este cambiante orden mundial, debemos seguir trabajando juntos con el fin de impulsar nuestra influencia y proteger los valores que defendemos.
Ahora, el principal desafío al que nos enfrentamos es la lucha común para derrotar a la COVID-19. El «epicentro» de la pandemia se ha desplazado de Asia a Europa y a las Américas, haciendo estragos por su recorrido, pero afectando de forma desigual a las economías y las sociedades.
América Latina se ha visto afectada de modo especialmente grave. Aunque la región acoge al 8 % de la población mundial, representa el 20 % de las muertes por COVID-19 en todo el mundo y, según cifras de comienzos de julio, la mitad de las nuevas muertes a escala mundial se registran allí. Al igual que en otros lugares, el número real de fallecidos puede ser mayor de lo que los registros revelan.
Afortunadamente, la mayoría de los países de la región ha respondido con rapidez a la pandemia. Pese a que las medidas de confinamiento han generado dificultades en la mayoría de economías, se trataba de la decisión correcta y responsable que había que tomar para salvar vidas.
Si bien estas medidas decisivas aún deben traducirse en un aplanamiento de la curva para frenar la pandemia, también debemos tener en cuenta cuatro factores.
En primer lugar, la COVID-19 ha golpeado América Latina en un momento en que los resultados económicos y la confianza de la población en las instituciones ya estaban de por sí en niveles bajos.
En segundo lugar, el impacto económico de la pandemia está estrechamente ligado a las condiciones preexistentes –que incluyen el empleo informal, la pobreza y la desigualdad– y solo parcialmente a las medidas adoptadas. Con más de la mitad de la población de la región con dificultades para llegar a fin de mes, el confinamiento presenta un inexorable dilema entre hambre o contagio.
Por su parte, las mujeres víctimas de la violencia de género se enfrentan a una amenaza existencial, mientras las elevadas tasas de hacinamiento en vivienda y transporte, la falta de acceso a agua potable y los débiles servicios de salud agravan aún más unas circunstancias ya de por sí complejas.
En tercer lugar, más de tres meses de confinamiento han significado un enorme coste social y humano en términos de protección de la salud, apoyo a los más vulnerables y contribución al esfuerzo global de contención del virus. Ahora la región se enfrenta a una “tormenta perfecta”, con una pandemia en ascenso en sociedades ya exhaustas por los intentos de contención. Este esfuerzo merece reconocimiento, y, sobre todo, apoyo urgente de la comunidad internacional y de la Unión Europea.
En cuarto lugar, las respuestas financieras multilaterales no han conseguido hasta ahora satisfacer las necesidades reales de una región con un reducido margen de maniobra presupuestario y monetario y unos escasos ingresos fiscales.
En su conjunto, estos factores pintan un panorama más bien sombrío. Sin embargo, también nos indican cómo podemos empezar a mejorar la situación.
Para los socios internacionales como la Unión Europea, el G-20, el Banco Mundial y otras organizaciones multilaterales, esto significa dar una respuesta adecuada, en particular financiando los sistemas de salud, manteniendo el empleo y evitando un nuevo ciclo de austeridad. El escenario alternativo sería repetir la «década perdida» de los años ochenta y no podemos permitir que eso ocurra.
Debemos combatir toda forma de desigualdad, elemento central de la labor de la UE en materia de desarrollo sostenible junto con todos los países socios en el mundo. No debemos dejar a nadie atrás. Y debemos ofrecer a los jóvenes verdaderas perspectivas de futuro.
América Latina también necesita una solución temporal basada en la necesidad y la posibilidad de construir un futuro mejor y más responsable. Al igual que la UE está estudiando la forma de maximizar el efecto de sus instrumentos presupuestarios para impulsar la recuperación de su economía, el FMI debería considerar la opción de incrementar su acción en la región, ofreciendo condiciones más generosas de lo que ha hecho hasta la fecha.
Al mismo tiempo, la UE está incrementando su apoyo a América Latina. Aplicando el planteamiento «Equipo Europa», hemos reorientado casi mil millones de euros a fin de responder a necesidades sanitarias y sociales básicas de América Latina. Pero podemos y debemos hacer más, empezando por un apoyo más firme a medio plazo en el marco del nuevo presupuesto a largo plazo de la Unión Europea para 2021-2027.
Con un planteamiento claro de lo que es nuestra asociación y con el nivel adecuado de apoyo, podemos dotar a esta región de una capacidad de resistencia socioeconómica suficiente para sobrellevar mejor crisis futuras.
Y hemos de seguir defendiendo también los valores que tenemos en común y que son fundamentales para nuestra asociación. Pese a que muchos vienen poniendo en entredicho cada vez más el sistema multilateral, nosotros debemos seguir aunando esfuerzos para poner fin a la erosión del orden mundial y al aumento de las desigualdades y las divergencias mundiales.