OPINIÓN|
Con motivo de las próximas elecciones, vuelve a oírse la cantaleta de la necesidad de caras nuevas en la política. A muchos nos viene a la memoria la cantidad de “caras nuevas” que durante los últimos trece años saquearon al país dejándole en la mendicidad y convirtiéndose en nuevos millonarios de la noche a la mañana.
Juan José Flores, el primer mandatario de la nueva república, fue un joven “cara nueva” que -como dirían un poeta cursi- frisaba los treinta años cuando llegó a la presidencia. El joven caudillo se enriqueció ágilmente y quitó a la gente las pocas libertades alcanzadas con la independencia.
Eloy Alfaro, líder de la única verdadera revolución, no tenía nada de joven ni de “cara nueva”. Fue presidente a la edad de cincuenta y cinco años, que en esos tiempos era edad avanzada hasta el punto de que- como saben hasta los niños de kínder- se le conoce como el “viejo luchador”. Nadie le negó el liderazgo por ser viejo ni por ser -como se diría ahora- de “los mismos de siempre” pues venía de una larga carrera política. Tampoco a nadie se le ocurrió que había que llamarle “el luchador de la tercera edad”. Tener años encima no era entonces un pecado, como parece serlo para muchos de los filibusteros de la política. Era sinónimo de experiencia y de un pasado sin tacha. Hoy muchos entran como “caras nuevas” a la política. Obviamente no tienen pasado, ni bueno ni malo. Solamente pegaron propaganda en la campaña. Y muchos salen como descarados “care tucos”
Uno de los mejores mandatarios de los últimos años fue don Clemente Yerobi Indaburo. Tenía sesenta y dos años cuando fue llamado a la presidencia. No era “cara nueva” pero le dio al país altura y madurez que tanta falta le hace ahora luego de década y media de “caras nuevas”. (O)