EDITORIAL|
El desarrollo científico y tecnológico de la humanidad a lo largo de los siglos ha demostrado que la creatividad de nuestra especie es capaz de solucionar múltiples problemas que, en buena medida, han contribuido a mejorar nuestra calidad de vida, sobre todo en el siglo XX y lo que va del XXI. Es explicable que estos avances hayan intensificado el optimismo y un sano orgullo en nuestras posibilidades. Yuva Harari, en su libro Homo Deus, muestra como estos éxitos pueden desarrollar prepotencia sobre nuestras ilimitadas capacidades que nos igualarían a Dios. Las cualidades pueden degenerar en defectos en el ordenamiento social que, en este caso serían, la vanidad y la arrogancia.
Problemas negativos que afectan a todos, como la pandemia que estos días nos afecta, suelen tener efectos positivos para los afectados. Uno de ellos es mostrarnos nuestras limitaciones. Los grandes avances salud que se manifiestan en la elevación de la expectativa vital, han llevado a pensar que todo tiene solución inmediata y que en corto plazo cualquier tipo de molestia se podría solucionar. El coronavirus nos ha mostrado que es una ilusión ya que ha agredido a todos sin distingo de raza, religión, condiciones económicas colectivas y personales y que todos tenemos que esperar hasta que la ciencia mundial encuentre una solución.
El confinamiento como medida preventiva, al alterar los hábitos de trabajo y producción al tener que permanecer en los hogares, ha hecho que dispongamos de más tiempo para reflexionar en nuestra real dimensión y conocer en forma clara que la vanidad global y personal deben ser superadas al margen de las condiciones de vida. En las relaciones con los demás, la arrogancia de sentirnos superiores a los demás se ha retratado ante la impotencia para superar un problema. Es importante pensar en lo que realmente somos, en nuestras posibilidades y limitaciones y, en el trato con los demás, considerar que la solidaridad debe primar en la vida ya que, en muchos aspectos todos somos igualmente limitados.