OPINIÓN|
La humanidad se hunde en una vertiginosa espiral de recesión económica sin precedentes. Su crisis cubre toda la esfera. Y es, de tal magnitud, que al momento no se avisora una posible salida o, al menos, una vía de escape. Todas las puertas nos han dado en las narices a causa de la pandemia y de sus serias implicaciones principalmente en el ámbito económico y humano. Su despegue no aparece por ningún lado. Por el contrario, el incremento del número de contagiados ha acrecentado en grado sumo los problemas. Todo se ha puesto cuesta arriba. La paralización de la mayoría de los negocios los ha llevado a la quiebra o a su borde. El fantasma de la disolución económica y social avanza y cubre todo el mapa planetario. Estamos en un punto muerto que no nos permite reencontrar el añorado rumbo, otrora pleno de positivas oportunidades. La esperanza se ha convertido en desesperanza, los sueños en pesadillas y la alegría está de luto. De luto permanente.
El Ecuador que pertenece al grupo de los países en “vías de desarrollo”, curioso nombrecillo con el que se ha pretendido enmascarar su inocultable tercermundismo, pese a que los autores del entuerto lingüistico saben que ningún problema, ni se diga los financieros, se resuelven con un simple cambio de nombres. Se trata de uno más de los típicos inventos del agua tibia que, de tan tibia, no hace ni frío ni calor y puede producir las erupciones propias del desencanto.
En lo que a nuestra frágil economía concierne, sufre los estertores de una agonía dolorosa que llegó, con una “mesa servida” con cuantiosas deudas económicas y sobre todo morales, cuya recuperación tomará, dada su insondable gravedad, varios decenios. Por sus irreparables menoscabos al momento se encuentra en capilla, donde el moribundo es el país y los deudos todos y cada uno de nosotros. ¡Sí! Usted y yo. (O)