A finales del siglo XIX, en los ojos de Teodoro Wolf, Cuenca, a pesar de dar una impresión agradable, no poseía «edificios públicos ni privados notables o de valor arquitectónico». Estas palabras fueron escritas en el libro Geografía y Geología del Ecuador que se publicó en 1892.
Sin embargo, si tal descripción era así, la ciudad estaba por cambiar o ya estaba cambiando a raíz de los actos y sucesos que llevaron a Cuenca a independizarse, ya que el dejar de estar bajo el paraguas de la monarquía española trajo, entre otras cosas, influencias europeas que se reflejaron en las fachadas de lo que hoy conocemos como centro histórico.
Los viajes, las exportaciones, los negocios y el dinero provocaron el cambio en la era republicana, y las características de la Europa de hace dos siglos suplantaron a la arquitectura colonial que había predominado hasta entonces.
Para Jaime López, un cuencano estudioso de la historia de la ciudad, y para muchos, Cuenca se afrancesó, y aunque había también influencia de Alemania, y posterior de Norteamérica, lo que se había visto en Francia se adaptó a la construcción de casas.
“Ya con la influencia, la construcción tiene un estilo diferente tanto al interior de las edificaciones como al exterior, en los frontis. Se usan otros materiales, hay otro acabado y eso denota la situación económica de quién dispuso o de quién pidió”, opinó López.
Cambios
Ya en los primeros años del siglo XX, la fachada de Cuenca empezó a cambiar, no obstante, se mantuvieron ciertas características de la colonia: sus zaguanes, sus patios, traspatios y huertos, pero para aquello se requirieron manos diestras y guías que supieran direccionar el reflejo lo que la persona adinerada deseaba.
En Cuenca, al hablar de ello, se habla de diseñadores y arquitectos franceses e italianos, quienes tuvieron su paso por la ciudad, pero es necesario mencionar que también estaban los llamados maestros que supieron levantar aquellas casas vistosas a través de sus detalles.
Entre ellos estuvieron los hermanos Ángel y Juan Luis Lupercio, quienes construyeron más de una docena de viviendas en Cuenca. Lupercio también estuvo involucrado en otras construcciones que datan entre los años treinta y cincuenta del siglo anterior. En ese tiempo se ve otro cambio en la fachada que poco a poco se aleja del pleno centro de la ciudad.
“Había casas coloniales muy bellas, pero hay que ser realistas, eran muy rústicas… y con el afrancesamiento de Cuenca estas casas pasan a ser derruidas. Entonces cambiamos algo hermoso por algo hermoso. Qué sucede luego de eso, pues viene algo más moderno con otros materiales”, dice Andrés Toral, otro estudio de la historia de la ciudad.
Discursos
En los últimos años se ha discutido sobre las casas de la ciudad, sobre todo porque se ha hecho un especial énfasis en su protección, a través de las leyes, luego de que Cuenca fuese declarada como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Por un lado están quienes defienden su permanencia física, mientras que otras las rechazan para dar paso a la funcionalidad y la arquitectura contemporánea. Este choque entre las dos culturas ha permanecido y ha desencadenado la demolición, sin permiso, de varias viviendas.
Para quienes promueven la protección del pasado, en su discurso mantienen la necesidad de conservar lo que se denomina patrimonio porque entre las paredes se guarda el paso de las personas que hicieron la ciudad.
Contrario a ello están los razonamientos de los que piensan en las nuevas formas de convivencia y funcionalidad que puede entregar la arquitectura actual. Sea como fuere, Cuenca es híbrida, y es una de las características que más atraen a quienes están de camino por una ciudad que este año cumplirá dos siglos como «independiente». (AWM)-(I)