OPINIÓN|
La vejez es una enfermedad terminal. Conduce ineludiblemente a la muerte. Que le vamos a hacer. Está escrito en tu código genético. Para el caso, el número de muertos habla mejor que todas las palabras juntas. Pero si en esa cimera altura las actividades intelectuales mantienen un vigoroso ímpetu, y hay de por medio una sustantiva suma de experiencias, pueden conducir a la sabiduría. Pruebas al canto, Saramago, premio nobel, quien comenzó a escribir a los 78 años de edad o, si centramos la atención en la misteriosa India, nos encontraremos con los ancianos derviches, cuyo poder para levitar o para sobrevivir a entierros por varios días, desafían toda nuestra plana normalidad.
En cambio, quienes no alcanzan la sabiduría, ingresan a la que se conoce con el cruel nombre de edad provecta o de provecho que, por el contrario, es la edad en que la vetustez es su trágico signo. Es cuando la salud sufre graves y continuos quebrantos. Las pastillas pasan a ocupar un lugar de privilegio. Primero es una, después otra y otras, y así sucesivamente hasta el final. Para combatir sus calamidades, los asegurados a la Seguridad Social tienen derecho a la prestacion de salud que, de alguna manera es un leve paliativo; y digo leve, porque sus fármacos son genéricos y de dudosa eficacia. Conseguir un turno demora más que las calendas griegas. A veces, cuando el paciente ha pasado a mejor vida.
Con la reducción del número de aportantes y el no pago del Estado del 40 % de las pensiones, el seguro de salud y el fondo de pensiones penden sobre el abismo. Los adultos mayores serán las víctimas de ese imperdonable crimen de lesa humanidad, esto es, el que se comete contra un determinado grupo poblacional, como el que se cometió en los hornos crematorios. No hay campo de concentración, pero paradójicamente está a la vista. (O)