Monumento a la infamia

En cualquier tipo de catástrofe –La pandemia que hoy vivimos es catastrófica- suelen ponerse de manifiesto una serie de virtudes del ser humano fundamentadas en la solidaridad. Hay que desprenderse de las comodidades y hacer un alto a aspiraciones legítimas para ayudar de alguna forma a los afectados. Esta tendencia de los seres humanos se fundamenta en principios morales básicos de las sociedades humanas: apoyo y ayuda a los que más necesitan, superando egoísmos y comodidades.

En la pandemia parida por el coronavirus se han puesto de manifiesto actitudes y acciones positivas, pero también se ha destacado una pandemia moral. El desprendimiento para ayudar a los enfermos es elemental, pero aprovecharse de esta situación para acumular más dinero, sobrepasa todas las ruindades y vilezas que los humanos cometemos. Robar a los ricos es inmoral, pero en algunos casos hay quienes lo justificaban para salir delante de necesidades urgentes. Pero robar a los pobres supera toda infamia.

La urgencia y apremiante necesidad de ayudar a los afectados por el coronavirus ha sido la ocasión aprovechada por traficantes de medicamentos y otros auxilios para hacer contratos con utilidades de decenas de millones. La situación de emergencia evidente ha alentado a determinados depredadores. Estos hechos, unidos a muchos más, han sido elocuentes para recalcar un caos en los principios éticos esenciales para un razonable convivir social.

Acontecimientos y personas importantes se perpetúan en la historia mediante monumentos. Esta pandilla de estafadores ha hecho méritos más que suficientes para perpetuarse en un monumento a la infamia.

 

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