EDITORIAL|
En una pandemia como la que vivimos afloran con fuerza las molestias y daños que afectan a cada persona y a la sociedad global, pero hay unos pocos que de manera inmediata se benefician como los transportistas encargados de entregas que incrementan su trabajo en motocicleta, al igual que fabricantes y vendedores de mascarillas. Pero hay un gran beneficiario: nuestro planeta debido a que la importante agresión por parte de la industria y la contaminación por los automotores ha disminuido en forma importante, de manera especial en las áreas urbanas, en las que habita más de la mitad de los habitantes del mundo. Se ha dado, además, un importante receso en la contaminación auditiva.
Se cree que se trata de una anomalía temporal y que en un tiempo más se volverá a la normalidad. El maltrato al hábitat es evidente; la idea de que la terminación de las condiciones que hacen posible la vida, ya no es una mera amenaza hipotética sino algo real, a no ser que se den importantes cambios en la organización de la vida en diversos campos. Esta forzada pausa nos invita a reflexionar en que ese cambio del que tanto se habla no es una utopía inalcanzable, sino que sí es posible adecuarse al mismo mediante un más razonable ordenamiento de la relación trabajo y ocio. Se dice que de las fuertes crisis surgen importantes cambios, lo que torna más real el sueño de respeto al planeta.
Para menguar la rapidez en la contaminación, se han implantado fuertes medidas en la vida cotidiana y, salvo casos excepcionales de minorías reacias, creemos que ha predominado la disciplina, lo que demuestra que, ante serias amenazas el temor induce al cambio. Con todas las variaciones del caso creemos que si es posible que esta disciplina se aplique masivamente para disminuir la agresividad a la tierra y que, el caso de personas que sí actúan de esta manera deje de ser una excepción. Que también el sector productivo mundial, aplique cuanto antes, medidas para disminuir la contaminación.