OPINIÓN|
Comenzando la década de los 80 decidí conocer Galápagos. Apenas posado el avión, sentí aquel extraño sentimiento de alejamiento del mundo, con instalaciones precarias y con muy escasa gente que nos daba la bienvenida de forma parsimoniosa, comprendiendo ellos, claro, que la vida pasa en la ínsula muy lentamente y sin estruendos y la prisa no tiene cabida ni razón. Una playa extensa y ancha con muelle arena blanca tan minúscula que parecía harina y de pequeñas olas de agua tibia y tan cristalina que con facilidad veía el fondo y los peces de colores que nos llegaban a las plantas. Recostados en la playa junto con iguanas y lobos marinos que se acercaban a olisquearnos sin recelo y peor aún agresividad, rompiendo galletitas y extendiendo la mano para que pinzones se posaran en nuestros dedos y desayunaran de nuestra dadiva, mientras en la bóveda azul intensa sin una nube ni mancha, volaban acróbatas del aire: gaviotas, piqueros, fragatas y pájaros blancos de largas colas. En la noche, aquel mágico lugar, el horizonte, donde se besan apasionados en las tardes cielo y mar, despertaba sentimientos de prístina humanidad. Hoy muestran fotos nocturnas, donde violentado el tálamo nupcial del horizonte, aparecen enormes luces de enjambre de barcos en faena destructiva y maléfica. Toda esta flota china enorme, pesca legalmente, pues convenios CONVEMAR firmados en el 2010 por el gobierno facineroso del prófugo belga y con el contubernio del canciller Guillaume Long, aquel personaje inglés, medio francés nacionalizado ecuatoriano, que más parecía compañero sentimental del psicópata y delincuente Correa, tiró al traste nuestro derecho de las 200 millas firmadas y refrendadas por la ONU en 1952 junto otros países vecinos y que era ley internacional, para aceptar convenios donde nos reducían a 12 millas, aceptando que las 188 millas sean “zona económica explicita” bajo control y jurisdicción de la ONU. Según entendidos dicen que 10 años serán necesarios para confirmar jurídicamente este atropello y estamos aún a tiempo de reclamar, según parece, pero ¿cómo lo hará el gobierno de Lenín, pusilánime y comprometido hasta la médula con créditos chinos que nos asfixian? Se nos va nuestro más grande patrimonio y riqueza en manos de políticos mediocres e infames, gracias a sus acuerdos pírricos que hundirán en el mar la joya insular gracias a la cual nos conoce el mundo, junto con fotos y récords monstruosos de control de la pandemia. (O)