Estudiantes destacados ven los obstáculos como retos
Compartiendo las horas del día entre atender a su bebé, lavar pañales, llevarlo a poner vacunas y más, y haciendo deberes a través de un celular compartido con su hermana Melisa, de 15 años, así estudió y pasó de año con excelentes calificaciones Dayana Lucas, de 16 años. Son estudiantes de la Unidad Educativa Leoncio Cordero Jaramillo.
Su madre, María Caicedo, de 36 años, nacida en Santo Domingo, la apoya. Pero, por más que quiso no pudo comprarles a sus hijas una computadora para que estudien en las clases virtuales.
No pudo hacerlo porque ella se quedó sin empleo debido a la pandemia. Ahora logró conseguir un trabajo atendiendo una panadería y, con su marido, Vinicio Lucas, guardia de seguridad, mantienen el hogar.
Las hermanas narran lo complicado que fue estudiar mediante teléfono, como no es nuevo varias veces tenían que reiniciarlo y empezar todo otra vez. Y, encima, cuentan que el internet era muy lento.
Los trabajos los enviaban a los licenciados (profesores) sacando fotos y enviando cada una al WhatsApp…era todo un proceso diario calificado.
Ahora que ya están en plenas vacaciones, sus padres decidieron que bajo ningún concepto ellas trabajen, sino que se queden en casa ayudando en las tareas del hogar.
Entre tanto, Dayana apenas puede, ingresa a internet para leer una de sus pasiones: leer artículos médicos, en la universidad quiere seguir Medicina, no solo para descubrir vacunas importantes, sino para curar a los niños, su sueño es ser pediatra.
Otro sueño de ambas es enfocarse en fortalecer el aprendizaje del idioma inglés, ya que fue una de las materias que les causó un dolor de cabeza, pero reconocen que “no por culpa de los licenciados, sino por el idioma mismo”. Su reto actual: ser las mejores en inglés el próximo año lectivo.
Todo lo que han vivido estas hermanas no es motivo, ni de lejos, para entristecerlas, tienen un excelente carácter, son llenas de energía positiva. Mientras tanto, sus padres alegan que no solo son buenas estudiantes, sino respetuosas.
Todo el tiempo pasan ocupadas, tienen buena actitud y lo que nunca puede faltar: vestirse a la moda, consideran que no es necesario tener un extenso closet de ropa, pero con la que se tiene, que sea de actualidad.
“Captando señal desde el patio”
Un pequeño patio de cemento sin casi ninguna protección de la lluvia o los rayos solares fue el espacio que sirvió como aula de clases para Cristian Aguilar, de 16 años, durante esta pandemia en que las clases fueron virtuales.
Estudiante de segundo de bachillerato de la Unidad Educativa Leoncio Cordero Jaramillo, es uno de los alumnos que registra buenas calificaciones y hoy prácticamente está de vacaciones, pasa a tercero, pues no se quedó suspenso en ninguna materia.
Esto ocurrió a diferencia de otros de sus compañeros que, pese a tener una computadora dentro de su casa y el servicio contratado de internet, se quedaron incluso para examen remedial.
Pero no solo el aula/patio fue uno de los obstáculos que enfrentó este adolescente para educarse sino la falta de herramientas: sin celular o computadora, ni internet.
Su madre Hilda Aguilar, de 32 años, tenía un celular de teclas que, además, no permitía descargarse WhatsApp ni la plataforma Zoom. Una tía le obsequió un teléfono táctil que, aunque ya usado, le sirvió a Cristian para recibir clases y enviar sus deberes.
Sin embargo, el obsequio de la tía llegó un poco tarde, ya Cristian había perdido cuatro semanas de clases, hubo que hablar con los profesores para explicarles su realidad y le dieron la oportunidad de igualarse en deberes.
Pero ahí no termina la historia de este joven, quien además sabe cocinar para ayudar en casa, el celular que les regaló su tía tenía que compartirlo con sus otros tres hermanos, que también estudiaban.
Doña Hilda les puso horarios limitados a cada uno, para que todos puedan cumplir lo más que puedan: Anaí, de 15 años; Daniela, de 14; y, Eduardo, de 12.
Gracias al respaldo de una vecina que compartía la red de internet, y ésta se podía captar desde afuera, estos hermanos pudieron recibir clases digitales acudiendo a un bordillo de la casa de ella.
El día feliz para estos alumnos ocurría solo cuando doña Hilda tenía algo de dinero extra y podía comprar unas recargas para el celular (megas), entonces recibían clases y hacían sus tareas dentro del cuarto donde viven, en una pequeña casa arrendada en la avenida Las Américas, ingresando por el camino viejo a Baños.
Adentro o en el patio, hacer las tareas fue todo un reto porque no es lo mismo leer y estudiar en una pantalla de computador que en una pequeña de celular. No tenían trípode ajustable para acomodar el dispositivo, todo el tiempo lo hicieron sobre un pequeño marco de madera, inclinados hacia adelante, leyendo muy de cerca cada palabra.
Estibador, un oficio que Cristian lo aprendió de su padre; gana de cinco a diez dólares la hora
Doña Hilda nació en el cantón Nabón, provincia del Azuay, vive en Cuenca hace 16 años. Trabaja como empleada doméstica cuidando a una adulta mayor. Su esposo, Enrique Aguilar, de 42 años, labora como estibador.
Este oficio de cargador y descargador de mercadería también la aprendió Cristian, quien además labora unas horas cuando no tiene clases, cobra de cinco a diez dólares, con ese dinero a veces ayuda a sus padres en los gastos del hogar y lo que reúne le sirve para comprarse zapatos o alguna cosa.
Aficionado de las baladas y las bachatas, Cristian gusta ejercitarse en casa, hace flexiones de pecho y otro tipo de ejercicios; antes de la emergencia sanitaria, en su plantel educativo, él jugaba fútbol.
De igual forma, antes de la pandemia, participaba en un grupo católico para ayudar a los catequistas. (I)
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