Los balcones en la ciudad

María Rosa Crespo

En las antiguas casas de Cuenca los balcones de hierro forjado o de madera eran los espacios destinados para ver pasar la vida y participar en ella; espacios femeninos desde los cuales las muchachas se enfrascaban en interminables conversaciones con sus enamorados y escuchaban por las noches los serenos; las que iban camino a la soltería pasaban horas de horas “balconeándose” a la espera de algún  galán; de uno a otro balcón se comunicaba las noticas del día y se tejían nuevas amistades; cuando avanzaba la tarde por sus puertas entreabiertas filtrándose con frecuencia las notas de los pianos; los balcones se llenaban de familiares y amigos para “gustar”: los desfiles, las procesiones, las comparsas del 6 de enero y los cortejos matrimoniales. Durante la época de “inocentes” los muchachos confeccionaban arañas con cera de Nicaragua y alambres finitos, para suspenderlas desde los balcones por medio de hilos casi invisibles y asustar a los transeúntes. Los días previos al carnaval las dueños de casa y las jóvenes, sacaban los vidrios de las ventanas que daban a los balcones para recibir y devolver sin mayor peligro los globitos llenos de agua. Los balcones, bulliciosos, alegres, llenos de vida, solo permanecían cerrados y solitarios cuando la familia estaba de duelo.

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