OPINIÓN|
De la fe a la puesta en escena, y de la credibilidad a la representación, “Dios es el espíritu humano proyectado hacia el infinito” (Feurbach). Pero el espíritu humano se debate entre las también humanas categorías del bien y el mal, ajeno al divino principio de la justicia y el karma.
Desde la humana perspectiva del bien y del mal, sumando la más humana perspectiva de la estética y volviendo la mirada sobre el cine europeo del milenio pasado, nos encontramos con esa película de Leone de 1968: El bueno, el malo y el feo que, convertida en un clásico del cine mundial, rueda más allá de su género y se proyecta para describir, explicar o narrar, en otros tiempos, y desde otros escenarios…
En la categoría de lo bueno podríamos enmarcar la noticia con que Putin irrumpe en el escenario como encarnación de la esperanza cuando afirma que Rusia ha logrado una vacuna viable, una vacuna lista en poco más, una vacuna que podría ayudarnos a salir del confinamiento, abrazar a los nuestros y dejar volar los sueños para proyectar la vida y salir a su encuentro.
En la segunda categoría: lo malo, reconocer que en la “nueva normalidad” la economía sigue siendo el motor de la sociedad y, la salud no es más que una de sus variables y debe ajustarse a su equilibrio; bajo las mismas prácticas culturales de consumismo programado y con una nueva fobia social que la pandemia siembra, la fobia al prójimo, pues como dice la paráfrasis que hoy repetimos todos: “todos somos portadores del virus hasta que se demuestre lo contrario”.
Pero feo, lo que se dice feo, es el triste papel de una desacreditada organización mundial de la salud que, en lugar de saludar el anuncio ruso y comprometer sus capacidades, recursos y energías para garantizar que la vacuna este lista y se distribuya sin excusas ni exclusas, reacciona con cautela y un cierto sabor de escepticismo. (O)