EDITORIAL|
Con frecuencia el término “rutina” se lo usa peyorativamente para referirse a la aceptación pasiva de pautas de conducta prescindiendo de la creatividad para innovaciones en el ordenamiento cotidiano. Entre la manera de satisfacer necesidades de nuestros más remotos antecesores y la de nuestros días hay gigantescas diferencias porque, en distintas circunstancias, se han dado cambios en el ordenamiento vital que, siendo inicialmente esporádicos, se han generalizado por su mayor eficiencia. A veces estos cambios se dan en coyunturas corrientes, a veces ante la presencia de situaciones ajenas al orden común. En todo caso, la creatividad propia de nuestra especie es fundamental.
La rutina, con un enfoque positivo, es de gran importancia ya que al repetir con mínimo esfuerzo psicológico una serie de acciones, como vestirse, hay un ahorro de energía para hacer para innovaciones del ordenamiento social. Cada cultura cuenta con un sistema de rutinas que dentro de ellas tiene pleno sentido. Desde hace seis meses en el mundo ha aparecido un fenómeno no previsto en el que prima la incertidumbre: el coronavirus que ha llevado a que se tomen medidas preventivas en todas partes que alteran el rutinario ordenamiento social al implantarse en los centros urbanos el confinamiento que induce a las personas a permanecer largo tiempo en sus casas al margen de los hábitos comunes.
Los efectos colectivos en el campo de la economía son evidentes, sin que haya certezas confiables sobre su duración, pero en términos personales es posible encontrar efectos positivos de este cambio de vida. Los problemas permanecen, lo que importa es desarrollar ideas para solucionarlos de la mejor manera, comenzando por la adaptación. El enorme peso de la informática en estas condiciones nos lleva a esforzarnos para encontrar maneras de adaptación que puede dejar nuevas rutinas tecnológicas. El forzado ordenamiento, puede forzarnos a buscar comportamientos dentro del hogar y valorar algunas a los que se negaba importancia.