OPINIÓN|
En comunidades como la nuestra, de profundas raíces agrarias y campesinas, el año en realidad comienza no en el mes de enero sino durante el periodo de las siembras y terminan con la última cosecha de agosto. A fines de septiembre emigran los pájaros en busca de alimento, se alejan el viento y las tardes de fuego que incendiaban el horizonte durante el periodo de las vacaciones escolares, el cielo se cubre de negros nubarrones, se escuchan los truenos cada vez más próximos y los relámpagos alumbran la oscuridad de las noches, en las casas campesinas ha llegado la hora de preparar el arado y la semilla porque la vida está próxima a germinar en el vientre oscuro de la madre tierra.
En esta época del año las tempestades y aguaceros que vienen acompañados de rayos y truenos y a veces de fuertes granizadas se bautizan de acuerdo al santoral de la fecha: como el alfanjazo del 29 de septiembre que alude a San Miguel Arcángel, si llueve a cántaros el 4 de octubre es porque se ha hecho presente el cordonazo de San Francisco, el primer domingo de octubre, día de la Virgen del Rosario, hay que olvidarse de los paseos al aire libre porque se corre el peligro de regresar completamente mojado por el rosariazo. (O)