OPINIÓN|
Listos los precandidatos para la función Ejecutiva, escogidos por las organizaciones políticas. Ahora son diecinueve binomios susceptibles de cambio mediante alianzas e impugnaciones, que se extenderán hasta el tres de septiembre; quince días después su inscripción oficial. También van confirmándose nombres de postulantes hacia la Asamblea Nacional.
Inconcebible pensar que no seleccionaron a los mejores, con el potencial inclusive de alcanzar el triunfo. Consecuentemente merecen respeto, pues la política es como cualquier otra profesión, sometida eso sí muy de cerca al observatorio público que endilga en ellos sus propias falencias.
Presentarán planes y programas mayoritariamente utópicos, sólo para atraer electores. No votaré entonces fijándome en los mismos, sino la congruencia ideológica y experiencia de vida de los protagonistas. Ni siquiera me impresionan las generalizadas promesas de hacer consultas por doquier, pues les elegimos para gobernar, cuya esencia es tomar decisiones en nombre del conglomerado que representan.
Respecto a la inédita multiplicidad de aspirantes a Carondelet, además del prurito caudillista el actual régimen considerado de transición, debe responsabilizarse en buena medida por ello. Quiso imponer la hegemonía neoliberal desprendiéndose del socialista del siglo veintiuno que le llevó al poder. Al no lograrlo explosionó el espectro partidista, dejándolo en medio camino respecto a definiciones ideológico-programáticas.
Estos criterios son aplicables a los asambleístas, con la salvedad de que su número debe disminuir, peor pensar en la bicameralidad.
Bajo la convicción de la responsabilidad compartida entre mandatarios y mandantes, más que nunca justifico el voto obligatorio, que además debe ser consciente y meditado; así Ecuador tendrá los gobernantes que se merece. (O)