¿Qué atributos y competencias debería acreditar el futuro presidente del Ecuador?

Matías Abad | 

Hace poco más de un siglo, el sociólogo alemán Max Weber publicó el texto La política como profesión, tratado clásico del pensamiento político que, entre otras cosas, sugiere que el político profesional debe reunir tres cualidades fundamentales para tener éxito en su actividad: pasión, sentido de responsabilidad y mesura.

La pasión se refleja en una legítima entrega a una causa, así como hacia aquellos ideales y principios que la inspiraron. Pero tener pasión no es suficiente. Hay que sumar el sentido de responsabilidad, que no es más que la virtuosa capacidad de tomar decisiones conscientes y asumir con frontalidad las consecuencias de las mismas.

Si la pasión es la fuerza del político y la responsabilidad, su brújula; la tercera cualidad, la mesura, le aporta el juicio y el temple para afrontar las adversidades y mantener las cosas en perspectiva. Sin embargo, los contextos particulares de cada sociedad determinan, asimismo, la necesidad de contar con políticos que cuenten con cualidades adicionales y específicas.

Entre la pandemia y una crisis económica sin parangón, el Ecuador está próximo a elegir a un nuevo presidente. A partir del antecedente descrito, corresponde empezar a preguntarnos -más allá de nombres- ¿qué atributos y competencias debería acreditar el futuro inquilino de Carondelet?

El Ecuador necesita un estadista que demuestre tener un proyecto viable y un equipo de trabajo para llevarlo a cabo. La situación del país no ofrece al nuevo mandatario un tiempo de adaptación o, mucho menos, un lapso de aprendizaje.

Urge, desde el primer día, tomar decisiones integrales para responder a los problemas recurrentes en todo el sistema de salud pública del país. Asimismo, se requiere de una persona con gran capacidad de consenso y negociación para lograr aprobar las reformas legales que hagan falta para implementar un nuevo modelo económico que equilibre las finanzas públicas, incentive la inversión privada y atienda el principal problema que tienen los ecuatorianos: la falta de empleo y recursos económicos en los hogares.

Por otra parte, quizá por encima de todas estas características, el eventual presidenciable debe convencer de tener una categórica voluntad para dirigir la delicada operación que requiere el país para desmontar la compleja red de corrupción presente en el Estado.

En definitiva, sería imperdonable volver a elegir a algún carismático demagogo, sin convicciones y embebido de vanidad, que a través del poder público solamente busque cumplir sus aspiraciones particulares y las de su grupo cercano.

Recae en nosotros la responsabilidad de revisar la integridad, capacidad y plan de gobierno de todos los postulantes previo a decidir nuestro voto.

Pensar para votar, no improvisar.

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