«Después olvidarán nuestros nombres» es el último libro del periodista Juan Carlos Calderón, una mirada a la figura del exespía que organizó el secuestro del opositor Fernando Balda, en Colombia en 2012, con el que desentraña todo el aparato de espionaje estatal durante el Gobierno de Rafael Correa.
Publicado en plena pandemia y bajo el epígrafe de «La historia del agente Ratón y los espías salvajes», el volumen parte a la velocidad de un relato policíaco con el secuestro de 90 minutos en Bogotá el 13 de agosto de 2012, y todo el operativo que fracasó en su objetivo de trasladar a Balda a Ecuador.
El investigador se enfoca en la labor del antiguo agente de la inteligencia ecuatoriana (Senaín) Raúl Chicaiza, cuyo testimonio de cargo en el juicio por secuestro fue fundamental para la imputación al propio Correa como presunto autor mediato de secuestro.
«Me llamó mucho la atención la historia de este agente. Me di cuenta de que era mucho más que un sargento de inteligencia con 25 años de experiencia. Le dicen ‘Ratón’ por su habilidad de escabullirse», explica en entrevista a Efe el autor.
¿QUIÉN ERA BALDA?
Esta semana se ha conocido que Chicaiza solicitó refugio en Argentina al considerar que no tiene garantías de seguridad en Ecuador, en una rueda de prensa auspiciada por círculos correístas.
En ella se presentó como «chivo expiatorio» de la Justicia para alcanzar «fines políticos», acusó a Calderón de «sacar un libro sin saber las fuentes oficiales», e insistió en que Balda «se dedicaba a la venta de equipos de espionaje» en Colombia.
El libro presenta a Balda como un activista que no estaba en la primera línea política, un denunciante incómodo del lado oscuro del régimen que se exilió en Colombia tras una condena en 2011 por calumnias. La orden era traerlo como fuera a Ecuador, y la excusa, incriminarlo en acciones de contraespionaje al Gobierno.
Con minuciosa documentación, extraída del juicio llevado a cabo en Ecuador y los testimonios de Chicaiza y la también agente Diana Falcón, «fuentes oficiales del Gobierno de Lenín Moreno», e investigaciones, la obra expone el contexto de un caso que se ha tornado paradigmático.
Lo escogió por ser «el primero documentado de cómo actuaba la inteligencia en el Gobierno de Correa, lo cual me permitió mostrar el resto del iceberg».
Y pregunta retóricamente, «¿qué nivel de inteligencia había en el Estado ecuatoriano como para haber hecho esto, violando la soberanía de un país extranjero?».
ESPIONAJE A URIBE
En sus entresijos figura una reunión celebrada en Medellín en mayo de 2012 en la que el expresidente colombiano Álvaro Uribe se encuentra con varios políticos ecuatorianos, entre ellos Balda, y donde se cuelan agentes de la Senaín ecuatoriana, como Chicaiza que graba todo con una tableta.
«Uribe quería representar el antichavismo en toda América Latina», aclara el autor del libro, que menciona que pretendía buscar financiamiento para la oposición venezolana.
Calderón considera que existe una «paradoja» en el trabajo del sargento, «pues acumula pruebas contra sus jefes», y cuestiona porqué Balda era tan importante como para que el Estado ecuatoriano involucrara a tres agencias para traerlo a Ecuador y espiar a Uribe.
Precisamente una de las «pruebas madre» de la presunta implicación de Correa como autor mediato del plagio es una sabatina que dio tres días después de que «Ratón» entregara un elaborado informe, en la que aseguraba que «la oposición se reunía con Uribe y traicionaba a la patria».
Pero ese «tráiganmelo como sea», presuntamente ordenado por el exmandatario, sucedería tras el caso Mameluco, denunciado por Balda.
Se trataba, recuerda Calderón, de una demanda penal contra Correa por un falso testigo que incriminó a un mayor del Ejército retirado en un supuesto intento de magnicidio el 30-S de 2010, y que al no cobrar los 300.000 dólares ofrecidos, aseguró que el mandatario «le quiso hacer sexo oral» en el Palacio presidencial.
«Trato de destapar estas cloacas», afirma el periodista, él mismo objeto de jaqueos y asesinato de imagen tras la publicación en 2010 de «El Gran Hermano», durante el Ejecutivo de Correa.
OTROS CASOS
No fue el único, recuerda casos como el de la dirigente indígena Lourdes Tibán, sometida a una paliza, o la persecución descrita en el libro que sufrió un grupo de jóvenes ecologistas, los Yasunidos, que «luchaban para que no se explotara el Parque Nacional Yasuní».
Otros casos, como el de «los pases», trama de funcionarios que cobraban por traslados policiales; la persecución en EE.UU. de los hermanos Isaías, banqueros acusados de peculado a finales de los 90; los lazos del Estado con la dudosa empresa Hacking Team, desvelados precisamente por WikiLeaks, o el funcionamiento de los Troll centers del correísmo, desbrozan el campo de cultivo para el secuestro.
Calderón concluye que se gastaron cerca de 300.000 millones de dólares en una década en operativos de la Senaín y otras agencias, que nunca fueron auditados, «dinero que se usaba de manera antidemocrática para operaciones de inteligencia».
El método era «conseguir un blanco político al cual se le lanzaba todo el Estado con operativos para sembrar miedo», que incluían la criminalización gracias al control de la Justicia y la Fiscalía, en medio de un estado de propaganda que consideraba enemigo a cualquier persona que no comulgara con el régimen.
El que fuera jefe del «ratón», Pablo Romero, fue condenado el mes pasado a 9 años de cárcel por el secuestro de Balda. Ante las dudas del exespía, en el libro se dice que le asegura que el correísmo gobernará hasta 2024 y que para entonces «olvidarán nuestros nombres».
Durante aquella década, resume Calderón, «no había institucionalidad, había un jefe máximo y sus lugartenientes». EFE