Guillermo Merchán Piedra

Edgar Pesántez Torres

OPINIÓN|

En 1948 se celebró la Declaración de los Derechos Humanos, Galo Plaza fue elegido presidente y suscribió la Carta de la OEA. En Sígsig se emprendieron tres obras substánciales: la iglesia, la casa municipal y el hospital, cuando a él llegaban valiosos ciudadanos perseguidos por el odio político.

Algunos jóvenes migraron a metrópolis en busca horizontes nuevos. Uno de ellos fue Guillermo Merchán Piedra, que inspirado en “El dilema del doctor” de B. Shaw siguió la carrera de Medicina. Ilusionado por la obra del Hospital San Sebastián, ante las autoridades locales y nacionales, emitió un elocuente discurso:

“… Esta es una pálida sombra de las miserias que agostan muchos hogares pobres y ciegan centenares de vidas: el Hospital del Sígsig será en un futuro cercano, la fuente para aliviar tantas dolencias. Cuando esta casa de salud sea bella realidad, hará que los niños de mirada tierna puedan beber luz en los horizontes de la existencia, los jóvenes llegar a la senectud y los ancianos prolongar su tumba”.

Los primeros trabajos científicos, salubres y administrativos los hizo en este sanatorio; además de ser cofundador del Cuerpo de Bomberos y su Primer Jefe. Pronto lo requirieron en Cuenca, en donde se afincó como director del Instituto Izquieta Pérez. En los sesenta emprendió una cruzada antiparasitaria con renopodio, piperazina y DDT con su amigo-colega Guillermo Aguilar M., quien lo recuerda con unción.

Fundó la Clínica Azuaya (1957) con los doctores Luis Maldonado Sánchez y José Carrasco Arteaga al frente del hoy colegio Las Marianitas. Era la primera que no llevaba nombre de sus dueños, como lo fueron la Crespo (1925), Sojos (1939), Idrovo (1940) y Ordóñez.

Cultivó el arte de la música, integrando la orquesta del Centro Médico Federal (Colegio de Médicos) con Jaime Astudillo, Timoleón Carrera, Jaime Arizaga, Enrique Sánchez, Rubén Astudillo, César Hermida, Enrique León, Vicente Pérez y otros.

Le tuve admiración y le debí gratitud al colega de excelsas virtudes. La última vez que lo vi advertí en él que la ciencia de vivir se traduce en el aprendizaje para la muerte. Una plegaria al cielo será más perfecta y gratificante que ninguna ofrenda de gratitud en este mundo. (O)