OPINIÓN|
Septiembre es un mes especial en las comunidades campesinas del Austro, sin distinción de lugar, género ni condición, porque la romería del ocho de septiembre a Loja para visitar a la Virgen del Cisne, que desde el 17 de agosto hasta el 1 de noviembre, es venerada en la catedral de la “Centinela de Sur”, convoca a millares de feligreses de la región, genuina expresión de fe y religiosidad, traducida en folklore, gastronomía, turismo y comercio expresada en la Feria de Loja, que en este año cumpliría su 191 edición.
Lejanos en el tiempo y cercanos en la memoria, los recuerdos de este peregrinaje en un pueblo austral, tiene tintes de una rutina comunitaria; familias, vecindad y barrio en fiesta de preparativos y despedida a los romeriantes que salían la madrugada del cuatro de septiembre; la preparación y probada del “fiambre”, con la mejor gastronomía vernácula; los intermediarios ofreciendo los últimos asientos disponibles en los buses de los contratista, que hacían “su agosto”; los prestamistas recordando intereses y encargos; los vecinos, familiares y compadres con cartas, ofrendas y peticiones a La Virgen; y todos despidiéndose con “un puro” y canelazos, para que no haga mal el viaje y “traerán bocadillos”. Y la apoteosis del regreso, el día ocho, con la estampa de la Virgen del Cisne frontal en el sombrero y el cuento de que “todo estaba carísimo”, al ofrecer estampitas y «bocadillos”.
La peregrinación a Loja, para visitar a la Virgen del Cisne, tradición crecida durante siglos de perseverante devoción, y la Feria de Loja, creada mediante decreto por Simón Bolívar en 1829, por motivo de la pandemia, sería la primera vez que no se realizan oficialmente, pero, la romería, está presente en el imaginario y en el corazón de sus devotos australes, del sur de país, del norte del Perú y de diversos lugares, dentro y fuera, del país. (O)