OPINIÓN|
Cuando a la gente le preguntan cuáles son los problemas principales que siente en estos días, la mayoría de respuestas apuntan en tres direcciones: la corrupción, el desempleo y la situación económica del país.
Hasta hace no mucho tiempo el problema más sentido por la gente era la inseguridad. Hasta hace pocos días, el desempleo. Hoy es la corrupción. Muestra una realidad lacerante del país en los últimos trece años y que cada vez más gente siente repugnancia al saqueo sistemático que se hizo en nombre de la política.
Parte de la percepción que tiene la ciudadanía tiene su origen en el caso Sobornos que acaba de recibir una sentencia final y que mostró los altos niveles de delincuencia organizada que funcionaron desde la cúpula del anterior gobierno y se extendieron a casi todos los niveles. Se fundamenta también en los escándalos más recientes de la corrupción que se dieron en el sistema público de salud con motivo de la pandemia. Son ejemplos crudos y claros como para ser pasados por alto.
Sin embargo, la enorme cantidad de dinero que se llevaron en esos dos casos no es nada frente a los miles de millones que representan los negociados con los chinos especialmente en las ventas de petróleo. Estudios recientes muestran que algunas de las empresas chinas son las más inescrupulosas en el mundo en corromper gobiernos. En el caso de América Latina tienen parangón solamente con la maquinaria de corrupción que organizó Odebrecht. La Justicia- con mayúscula- acaba de dar un buen paso. Pero, queda juzgar los cientos de casos más que saquearon al país. Hoy pagan -curiosamente- las cabezas del anterior gobierno. Quedan los sumisos y las sumisas que hicieron de campanas y compinches y que hoy disfrutan de fortunas mal habidas de las que todos hablan. (O)