OPINIÓN|
Tal vez el verdadero problema de la política (y la sociedad, porque no), son los conceptos. Estamos repletos de conceptos. De definiciones. De ideas que nos dividen y verdades absolutas que hemos dejado de discutir para defender a mano armada. Democracia, soberanía, inclusión, socialismo, capitalismo, nacionalismo… Definiciones (cuya raíz etimológica es “de – finere”, que significa ponerle fin) a las que se subordina la diversidad del pensamiento para dejar de ser diversidad en absoluto.
Porque la abstracción al concepto único siempre implica una reducción. Un resumen de la realidad a mano alzada que toma ideas maravillosas como el patriotismo o la democracia y los convierte en cascarones vacíos de contenido. Y claro, la verdad única convoca a creyentes y militantes. Creyentes y militantes que generan caudillos, patriarcas y dictadores. Fanáticos de causas o ideologías (viejas revoluciones, grandes religiones o recientes espejismo de prosperidad). Pero mucho cuidado, porque el fanático no duda. Solo sentencia. Pontifica en base a un paradigma preconcebido que se aplica a todo, existe más allá de las razones y se ha memorizado a punta de repetirlo hasta el cansancio. Y cuando el fanático posee la última verdad, aquella que no admite discusión, entonces se vuelve violento.
Así que habrá que ser cautelosos. Pisar con cuidado. ¿Encontramos el concepto camino definitivo a la prosperidad? Pues bien, ese no es el camino. ¿Encontramos el concepto absoluto de libertad? Pues entonces nos hemos alejado de ella. ¿Hemos logrado dar con el concepto final de democracia? Pues deberíamos estar preocupados.
Porque la única verdad absoluta es que las cosas no tienen un único rostro ni las naciones un solo camino. Que los fenómenos son inagotables en todas sus posibles interpretaciones y que en el mundo de la política y la religión, cada quien habita sus ideas a su manera. ¿Y Qué hacemos entonces? Pues volver a la libertad de pensamiento. Dejar de intentar imponer orden en el maravilloso caos creativo del pensamiento humano. Comprender que hacer siempre lo mismo es repetirse y anularse. Que la libertad radica en inventar algo nuevo. Libre de conceptos. El barrio nuevo, la ciudad nueva, la patria nueva. Una y otra vez. Cada día… (O)