Catalina Sojos
Y una vez más, este país de extremos, llamó la atención del mundo. Carapaz se encargó de hacerlo y llenarnos de júbilo. Así, a pesar de la pandemia y el tsunami provocado por el virus, el ejemplo de este muchacho enciende nuestro corazón fatigado. Lejos y por un instante todo aquello que se enraizó en el alma, las quiebras sociales, económicas y morales, los despidos intempestivos, los divorcios represados, los emprendimientos y las actividades clausuradas. Los seis meses en el limbo, los malos entendidos, el bullying y la peste como presencia permanente. El corona virus como un maestro Zen obligándonos a mirar hacia adentro, más allá de la fatuidad y el doble discurso. Por un instante y pegados a la bicicleta de aquel que intentaba ser nuestro espejo, nos llenamos de gozo. ¡Ejemplo de valor, oficio y disciplina! ¡Cuánto daríamos por tener un Carapaz permanente en cada pecho ecuatoriano! Así, pese a las miserias del día a día, de la catarsis que provoca la pandemia, recibimos con gratitud esta alegría, porque este Carchense, nos demuestra que “más allá de las aguas cenagosas en las que la luna se refleja rota” debemos esperar que vuelva la calma y que nuestro verdadero ser, renazca. ¡Gracias Richard Carapaz! Nunca como hoy indispensable, urgente, ese testimonio de vida. (O)