Cuando ya estaba claro que la COVID-19 sería una pandemia global, expertos en salud pública advirtieron sobre el efecto devastador que tendría en África, una previsión que no se ha materializado y que todavía hoy numerosos científicos intentan explicar.
«No es que la gente crea que no existe el coronavirus, pero hablan entre ellos: ‘¿tú conoces a alguien que lo haya pasado?’, ¿sabes de alguien que esté infectado?’ Y la respuesta siempre es no», explica a Efe Daniel Murkuru (nombre ficticio), sobre la percepción de esta pandemia en su comunidad, Kibera, uno de los mayores suburbios de Nairobi.
A diferencia de Europa o América, donde la propagación del coronavirus está repuntando o sigue fuera de control, los contagios parecen haberse ralentizado en África.
El continente africano registra poco más de 1,4 millones de casos -menos del 5 % del total mundial y casi la mitad en Sudáfrica-, unas 34.000 muertes y algo más de un millón de curaciones en una población total de 1.300 millones de habitantes.
TEST DE DETECCIÓN INSUFICIENTES
Al principio, el gran enigma detrás de estas cifras relativamente bajas se achacó a la escasez de test de detección, con solo tres países -Sudáfrica, Marruecos y Etiopía- en los que se han realizado más de medio millón de pruebas, y únicamente 16 donde se han hecho más de 100.000 pruebas de detección.
Hasta la semana pasada, 13,6 millones de test habían sido confirmados en todo el continente, según los datos de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de África (CDC África).
«Los test son la piedra angular de la respuesta a esta pandemia, sin los test estaremos luchando a ciegas», reconoció la pasada semana el director de África CDC, John Nkengasong.
«Necesitamos ampliar los test y debemos mejorar el tiempo de respuesta de los test para que podamos identificar, aislar y tratar rápidamente los casos positivos», señaló Nkengasong, quien ha elogiado las tempranas y drásticas medidas de confinamiento que los gobiernos africanos tomaron contra el coronavirus tras detectarse el primer contagio continental el pasado 14 de febrero en Egipto.
Al inicio de la crisis sanitaria, se resaltó también la opacidad de algunos gobiernos, como los de Eritrea y Tanzania -con 364 y 509 casos oficiales confirmados, respectivamente-, donde la coerción de libertades y la falta de información impiden conocer con exactitud cómo está evolucionando la pandemia dentro de sus fronteras.
«El riesgo de contraer la COVID-19 en Dar es Salaam -la ciudad más poblada de Tanzania- es extremadamente alto. A pesar de los limitados informes oficiales, todas las pruebas apuntan a un crecimiento exponencial de la epidemia», advirtió la Embajada de EE. UU. en este país, que denunció la existencia de «hospitales saturados».
Sin embargo, a estas dos hipótesis (falta de test y opacidad informativa), junto al menor tráfico aéreo que recibe África comparado con Occidente, se han sumado nuevas teorías científicas que intentan dar una primera respuesta a por qué el coronavirus no ha golpeado de forma tan mortífera en estos países en desarrollo.
POSIBLE «INMUNIDAD CRUZADA»
«Sudáfrica está haciéndolo bien y, sin duda, afortunadamente para nosotros el tipo de proyecciones previstas por los modelistas no se ha materializado», confirma el investigador principal del ensayo de la vacuna VIDA contra la COVID-19 de la Universidad de Wits (Sudáfrica), Shabir Madhi, sobre la nación africana más afectada por el virus.
A su juicio, y como ya habían apuntado investigaciones anteriores -incluido un estudio realizado por la Universidad de Oxford (Reino Unido) en julio- esto podría deberse a la «inmunidad cruzada» de un gran porcentaje de la población, expuesta antes a otras cepas estacionales más leves de coronavirus que causan tos y resfriados.
«Esto posiblemente podría explicar por qué, a pesar de que un porcentaje relativamente alto de la población ha sido infectado, no se han colapsado nuestras instalaciones sanitarias ni se ha alcanzado el número de muertes proyectadas», continúa Madhi, en declaraciones a la radio sudafricana 702.
UNA POBLACIÓN MÁS JOVEN
De acuerdo con estudios científicos, existen cuatro tipos de coronavirus que infectan a los humanos con regularidad: NL63, 229E, OC43 y HKU1; siendo el quinto, conocido como SARS-CoV-2, el que causa la COVID-19.
Si una persona ya ha sido infectada por alguno de ellos -hecho más habitual en vecindarios abarrotados y marcados por la pobreza-, es posible que su cuerpo desarrolle cierta inmunidad frente al resto de coronavirus, lo que haría que su infección por SARS-CoV-2 fuera menos grave y no llegara a la muerte.
El pasado 15 de septiembre, el Ministerio de Salud sudafricano estimó, a la espera de los resultados completos de los estudios nacionales de seroprevalencia, que la cifra real de contagios en el país rondaría los 12 millones -alrededor de un 20 % de la población-, aunque los datos oficiales sumaban 650.749 contagios.
De confirmarse estos cálculos, y pese a que se estima también una cifra de muertos real al menos 2,5 veces superior a los casi 16.000 fallecidos reportados, se demostraría una vez más una pandemia menos mortífera y con un mayor número de asintomáticos.
A su vez, una menor esperanza de vida y una población mucho más joven que la de Europa o Estados Unidos -con una edad media en el continente africano de unos 19 años-, también ha influido, según expertos en salud pública, en que menos personas vulnerables sean hospitalizadas o perezcan como consecuencia de este nuevo virus.
«En mis proyecciones, creo que la segunda ola será menos severa que la actual», sentencia Madhi, quien advierte que muy probablemente, como los otros coronavirus, la COVID-19 se quede entre nosotros como una «molestia estacional». EFE