OPINIÓN|
Con la culminación del estado de excepción, decretado a consecuencia del COVID-19, muchas actividades retornarán bajo estrictos protocolos de bioseguridad, sin embargo, en el caso del proselitismo político, un gran porcentaje continuará en la virtualidad.
Por ello, será común escuchar los mensajes de los candidatos (presidenciales, asambleístas y parlamentarios andinos), a través de redes sociales o en las distintas plataformas y medios de comunicación tradicional.
Frente ello, es interesante distinguir qué tipos de mensajes se intentarán posicionar:
Sin importar la tendencia política, todos los candidatos recurrirán al pasado, con el propósito de deslegitimar a su adversario; en unos casos, con la vinculación directa al feriado bancario, o la etapa de modernización del Estado (noventas), y otro grupo, responsabilizando a los candidatos de las decisiones económicas tomadas en la “década ganada”.
Si bien es cierto, los candidatos coincidirán al posicionar la productividad y el empleo en el debate, los enfoques ideológicos y de gestión serán opuestos: unos apelarán a la participación directa del Estado, mientras otros, explicarán que la única salida es incentivar la intervención del sector privado.
Sin embargo, el más fuerte, y a lo mejor determinante en la campaña presidencial 2021, será la referencia que usen los candidatos a sus atributos personales o formación, como herramientas para sacar al Ecuador de la crisis. Desde los jóvenes con visión tecnocrática, pasando por aquellos que reiteran su exitosa experiencia en el sector privado, incluso aquellos que reivindican la gestión comunitaria, su paso por la lucha social y la protección del medio ambiente.
Lo cierto es que, en su mayoría escucharemos propuestas que respondan a demandas coyunturales, y no reales programas de gobierno que contengan un verdadero plan cuatrianual, con ejes debidamente identificados, metodologías para conseguir sus objetivos, y por supuesto con las fuentes para su financiamiento. (O)