OPINION|
Comienzo señalando de manera entusiasta esos dos apellidos que han servido para que muchísimos ciudadanos recuperemos la fe en la justicia y volvamos a tener esperanza de que, una vez superado el espantoso período de la dictadura y despotismo correista las cosas puedan volver, así sea de manera incipiente, a una posible normalidad. Y digo en esta forma ya que después de haber sufrido muchos años de una justicia sojuzgada por el gobierno hay señales de que las cosas podrían ser como debieron ser siempre.
Pensemos por un momento qué hubiera sido de estas dos mujeres honestas en la época de Correa en que fiscales solamente podrían ser gentes de la catadura moral de Galo Chiriboga o Carlos Baca y jueces únicamente los sumisos a las órdenes del tirano. Esas dos valientes y competentes mujeres hubiesen sido insultadas, acanalladas y despedidas de sus funciones. Es que no es posible olvidar cómo fueron las cosas en aquel tiempo. Una simple sabatina determinando la suerte de quien osara pensar diferente al déspota o pretender que se hiciera lo justo, y los aludidos por la lengua viperina estaban acabados. El lunes siguiente los obsecuentes servidores de aquel sicópata se encarnizaban con las víctimas y las liquidaban.
Nada fácil tiene que ser para la fiscal y la jueza el tratar de sancionar a gentes de esa calaña. Ya me figuro la cantidad de amenazas, ofensas y vituperios que habrán debido soportar por cumplir su deber sin amilanarse, sin temor, mirando únicamente por la salud moral de un país devastado, sobre todo en este ámbito, además del económico e institucional, por las mafias que dizque nos vienen gobernando por tantos años.
No sé si sirva de algo, pero quiero dejar una voz de estímulo y de felicitación para esas valientes mujeres que no han sucumbido ante el despotismo y la falta de moral imperante. (O)