OPINIÓN|
Así como hemos criticado la actuación de la justicia en casuística, hoy reconocemos el papel cumplido en este juicio histórico. Las dudas quedaron despejadas. Aunque ese es el cumplimiento de su deber, diez jueces y conjueces nacionales actuaron con firmeza y todos confirmaron estos actos de corrupción en el lúgubre correísmo.
El 7 de septiembre pasado se hizo la luz: la justicia tomó una decisión histórica que marcó el rumbo hacia un Ecuador justo e igualitario.
El país que ha vivido gobernado por la prepotencia de una organización delincuencial, que se protegía bajo el funesto manto de la corrupción, la prepotencia, la impunidad y la institucionalización del abuso; respiró esperanzado, la banda dirigida por el capo Correa, Glas, y muchos otros esbirros de la peor especie, vió caer sobre ella la sanción de la ley, y el proceso de saldar las cuentas sociales con el pasado, abrió las puertas hacia un sano futuro de legalidad.
La Fiscal general, el Procurador, los jueces de la causa y los periodistas que pusieron al descubierto tanta podredumbre, merecen la gratitud de todo el país. Hay que pedirles que sigan firmes en su lucha por investigar y castigar los delitos cometidos, sin miramientos políticos o partidistas.
El Estado debe depurarse y esterilizarse, mediante un baño garrapaticida, comenzando por la Asamblea, cuya actual estructura se ha demostrado proclive a la ilegalidad y a la trampa.
Me alegro de que esté empezando a brillar el sol de la justicia en la variada geografía del Ecuador y, con ello, puede iniciarse un proceso de renovación de la fe en las instituciones que fueron demolidas por el gobierno anterior.
Es preciso reconocer la tarea profesional y valiente de periodistas y del periodismo ecuatoriano, que investigaron y denunciaron estos actos de corrupción, que siempre fueron negados y contratacados por el poder, aunque las pruebas eran fehacientes.
La justicia es la única libertad que existe en el mundo, porque eleva hasta tal punto el espíritu, que las leyes de los hombres y los fenómenos de la naturaleza no pueden alterar su curso. (O)