OPINIÓN|
De los partidos ideológicos a los partidos de masas, del ideario al breviario, de la propuesta a la demagogia, del centralismo democrático al caudillismo, la historia nos convoca a un proceso electoral diferente, en medio de una profunda crisis sanitaria, económica, social, ambiental; y, por supuesto, una crisis política de legitimidad y credibilidad.
Partidos y movimientos análogos naufragan en un entorno digital que no entienden; porque, en palabras de Monedero, “la solución no está en ningún libro que no camine también por las calles y tampoco en las calles que no reflexionen su quehacer. Que recuerde la ceguera de la práctica sin teoría y la inutilidad de la teoría sin práctica” (Monedero, 2013, p. 12).
Información sin acción, acción sin información, entre el estancamiento y el activismo, los partidos y movimientos debaten sus diferencias a espaldas de una sociedad que, sin comprender pretenden representar y, un entorno que sin conocer aspiran administrar…
Como sugiere Gutiérrez los partidos deben emerger y regresar: de la militancia al compromiso, de las casas a las causas, de las sedes a las redes, pasando de las consignas a las ideas, reemplazando ritos por experiencias y, los votos por adherencias (Guitiérrez-Rubí, 2011).
Del populismo caudillista, del discurso demagógico, de la propuesta vertical del partido analógico, la nueva normalidad, si cabe el uso del popular vocablo coyuntural, demanda una nueva cultura política de comunicación bidireccional y construcción colectiva; una cultura que parte de entender la sociedad, sus expectativas, inquietudes, necesidades, realidades y entornos.
Una nueva cultura de coworking social que entiende la investigación cuantitativa y cualitativa como el camino para entender un colectivo, porque, como sentencia Napolitan, en una encuesta la información menos importante es saber ¿quién va por delante en un momento determinado? (Napolitan, 1986). (O)