OPINIÓN|
Las realidades físicas, químicas, biológicas, geográficas y de la naturaleza en general, su ser, relaciones y fenómenos tienen una existencia objetiva, no dependen de la voluntad y de lo que de ellas digan los humanos, cualidad que también puede atribuirse a las consecuencias de ciertos hechos. Por ello se dice que la voluntad quiere, pero la realidad no lo permite. La realidad y los hechos evidencian la verdad más allá de la ingenuidad, ignorancia o mala fe.
Lo señalado es aplicable a la realidad de los páramos y las fuentes de agua, frente al discurso y la propaganda de las compañías mineras que sostienen la no incompatibilidad de la explotación minera en páramos, humedales, fuentes de agua y más ecosistemas frágiles y amenazados de donde provienen las aguas que sirven a Cuenca.
En el caso de las explotaciones mineras en los páramos, se destruyen las especiales vegetales como la Lachemilla que conforman, como dice la científica Katya Romoleroux, pequeños montículos de plantas pequeñitas, muy unidas, compactas que sirven como reservorios de agua natural que funcionan como una esponja retenedora y al mismo tiempo permiten que el agua fluya al suelo y alimenten las fuentes hídricas, garantizando la provisión del agua que usan los habitantes del cantón.
En efecto, con las explotaciones mineras se abren carreteras y ramales de acceso, se realizan terraplenes y construcciones para campamentos, alojamiento, mecánicas y servicios afines, provisión de combustibles, servicios de salud, destacamentos de seguridad, bodegas y tiendas, instalaciones de agua, luz y telecomunicaciones, canchas deportivas, restaurantes, bares, discotecas y prostíbulos, sistemas de pozos sépticos, drenajes de aguas y más infraestructuras del poblado minero. La mancha urbana se hace presente.
A todo ello se suma, la construcción de escombreras y relaveras para el material de rechazo con altos porcentajes de arsénico y mercurio, toneladas de rocas que se oxidan y luego con la acción de la lluvia conforman ácidos, cuyos fluidos se escurren y filtran, contaminando aguas superficiales y subterráneas que finalmente conforman pequeños cursos de agua que van a las quebradas y ríos.
A estas realidades inobjetables se liga la voluntad de Cuenca para defender su agua. (O)