OPINIÓN|
Los dos amigos ordenaron lo mismo: café negro sin azúcar, mientras se acomodaban en una de las mesitas de afuera, para no molestar con el cigarro. Una mesa desde la que se veía la plaza central, corazón político de la capital. Pese a que habían pasado ya un par de días desde la última revuelta, todavía se veían sobre la plaza algunos escombros y restos de neumáticos incinerados.
- Entiendo que piden nuevas elecciones…. – comentó el profesor.
- En las elecciones hay mucho que perder – respondió el ministro y luego, pensativo, le preguntó a su amigo – ¿Recuerdas cuando les caímos bien? A los jóvenes quiero decir. Ahora nos temen, ahora veo la decepción en sus ojos.
Habían sido compañeros en la universidad. En las viejas aulas donde conocieron la política en esos libros interminables que hablaban del insaciable apetito del hombre por el poder. Se apreciaban y habían mantenido intacta la amistad durante todos esos años en los que habían tomado caminos tan diferentes. El primero, se había forjado una sólida carrera en la política y era, al momento, el flamante ministro de gobierno. El segundo, nunca dejó la universidad y era un reconocido profesor de ciencias políticas.
- La cosa es que los que gobiernan hacen eso exactamente: gobiernan. Y en tarea semejante, las protestas resultan incómodas, aunque sean justas.
- Las autoridades hacen todo lo necesario para mantener el orden. Todo. – Dijo el ministro sin inmutarse y su amigo, por un segundo, lo desconoció.
- Si, si claro – dijo el profesor reponiéndose de la dura respuesta – el asunto es que los gobernantes llegan al poder hablando de democracia y oponiéndose a los caudillos. Y luego, poco a poco, se convierten en aquello que combatían.
- Los políticos somos la mitología del siglo XXI – dijo el ministro – la gente confía en nosotros porque piensa que tenemos las soluciones que ellos no. De alguna manera, el pueblo siempre quiere que lo protejan de sí mismo. El gobernante debe darle a la gente lo que necesita: un país en orden, sin corrupción, sin crimen, sin problemas…
- … y sin opciones – interrumpió el profesor. – Un país en orden, aunque ya no nos pertenezca.
El mesero había llegado con las tazas de café. El ministro miraba la plaza con aire ausente.
- El problema con los líderes en la historia de nuestro país – dijo evocando una frase que había escuchado en alguna parte – es que se mueren siendo líderes o viven lo suficiente para convertirse en tiranos.
- Mientras nosotros, los demás – dijo el profesor – preferimos mirar para otro lado. Esperamos, permitimos, concedemos y luego somos víctimas del poder.
- Nosotros también – dijo el ministro – nosotros también – y se levantó sin terminar su café… (O)