OPINIÓN|
Pablo Neruda (1904-1973), gigante de la literatura, tercero en su orden, de entre seis latinoamericanos que ostentaron el Premio Nobel: Mistral, Asturias, Neruda (1971), García Márquez, Paz y Vargas Llosa, a quien lo recordamos desde su partida, en septiembre de 1973, apenas a tres años de completar un medio siglo de ausencia. Neruda, viajero incansable, expuesto a renovadas culturas y sociedades, en razón de su intensa actividad diplomática, que lo llevó por distintos países y continentes, enriqueciendo así, su acervo poético.
De sus múltiples textos líricos, Canto General, de 1950, que le tomara una década en su configuración poética, fue uno de sus más logrados poemarios, conocido como el “Poema de América”, trabajo al que el poeta lo llamó “mi libro más importante”. Este poema destaca su enorme sensibilidad y su compromiso con su pueblo, con su raza, con su entorno. Himno épico-telúrico inspirado en la tierra, en la naturaleza y en el ser humano. Compendio biográfico de un continente, desde la época precolombina hasta la conquista y la etapa descolonizadora, integra al propio poeta, en su ser y en su esencia, desde su existencia, de aquella de sus coterráneos, de su enorme sentido solidario con los desposeídos y su contemplación de la tierra y del océano que lo circunda.
Cabe destacar que su gran poema “Alturas de Macchu Picchu es, el más significativo de este poemario. Lo registramos desde el inicio de su estancia VI:
“Entonces en la escala de la tierra he subido… /
…hasta ti, Macchu Picchu. / Alta ciudad de piedras escalares, /
por fin morada del que lo terrestre / no escondió en las dormidas vestiduras.” (O)