OPINIÓN|
Un hombre arrollado con una moto, no sé si este es el título más adecuado o, una persona pasada con una moto, un joven atropellado con una moto, un caído y rematado con una moto o simplemente un ser humano humillado con una moto, pero cualesquiera de estos titulares pueden iniciar una reflexión sobre la imagen impactante, por decir lo menos, que circuló por las redes sociales unos aciagos días de octubre del 2019, un mal recuerdo de aquel año, imágenes que no quisiéramos volver a ver.
Se ve un hombre caído de espaldas en la calzada y a un motociclista que enfila su máquina hacia el cuerpo postrado, mientras este trata de protegerse con sus manos, la motocicleta le pasa. No es una escena de gánsteres, pandilleros o narcotraficantes, de esas, que inundan las pantallas; es una escena en las calles de la ciudad y el motociclista viste de negro y casco blanco y sus tétricas botas, que destacan en la maniobra de dirigir e impulsar el vehículo sobre el cuerpo caído, le ponen en evidencia, además de que es parte de un grupo motorizado. Se escucha la protesta indignada de una mujer, que igual podría ser una sorprendida transeúnte o vecina del barrio, una amiga o compañera, la esposa del caído, su madre, su hermana o su hija.
A qué estado de enajenamiento, despersonalización y deshumanización puede llegar el ser humano con un mínimo de poder; poder del vehículo que lo transporta, poder de la institución a la que sirve, poder de la consigna, poder y prepotencia que obnubilan y hacen olvidar que tanto él como el caído son seres humanos, en diferentes orillas, tratando de vivir o sobrevivir y que, igual a los dos, alguien le espera en casa: los padres, la esposa o los hijos. Ojalá no se repitan, escenas así, este año ni nunca. (O)