OPINIÓN |
La Ciudad de Cuenca, se distingue por su entorno de naturaleza bañada de agua perlada de génesis andina, merced a sus ríos que fluyen cual venas de vida, brindando su nota de elegancia identitaria de suelos paucarbambinos, (llanura de flores) en una hoya donde el poeta mencionó en el himno como “Cuenca Ilustre de galas vestida”.
Las ciudades fueron concebidas como emporios humanos en el medio evo y han crecido en un proceso de explosión demográfica complicando la prestación de servicios y modificando el hábitat de los seres humanos, precisamente, por acciones antrópicas que alteran la salud de sus habitantes y degrada la biosfera generando mil complicaciones para los seres humanos y toda otra forma de vida. Por ello, las recomendaciones hechas por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en su preocupación por la salud pública, ha establecido que es necesario que cada ciudad tenga 9 m2 de área verde por habitante como proporción mínima.
Si observamos el entorno de la urbe cuencana, encontraremos inúmeras áreas deforestadas, degradas, destruidas, erosionadas y con un gran déficit habitacional, que motiva un conflicto social y ambiental, con un encarecimiento del suelo que caracteriza a la economía cuencana de manera muy particular.
Cierto es que los ríos mayores que atraviesan la urbe nos han proporcionado una acción benéfica invaluable, con renovación del aire por las corrientes eólicas que gestan y ello auxilia a una urbe que posee 150 mil vehículos diariamente y que polucionan el aire de manera peligrosa para la salud pública.
Vale destacar que toda área saturada de actividades antrópicas, requiere de áreas verdes que oxigenen la urbe, que mantengan una visual antiestrés con verde clorofílico, que produzca flores y frutos para aves e insectos en un verdadero balance biológico de nuestra Cuenca. (O)