EDITORIAL|
Deben ponernos en máxima alerta restricciones como el toque de queda, suspensión de clases presenciales, prohibición de reuniones sociales y de actividades deportivas, que toma Europa para enfrentar agresivos rebrotes del Covid-19.
Cuando el mortal virus apareció en China a finales de 2019, en Ecuador veíamos lejano y hasta imposible que la enfermedad nos llegaría. Pero lo hizo.
Solo en nuestro país, hasta el momento son 150.360 los casos de contagios positivos y 12.306 los muertos. En el mundo los casos superan los 38 millones, y 1,083 millones los fallecidos.
Si bien hay un desaceleramiento de la pandemia, eso no significa bajar la guardia. En Europa, al parecer la población lo hizo. Superar el impacto psicológico que implica el encierro, la urgencia de reencontrarse y la necesidad de trabajar, llevaron a la estampida sin tomar precauciones. Las consecuencias están a la vista.
Aquellas son razones más que suficientes para que los ecuatorianos no confiemos en esa especie de letargo en la que aparenta estar la enfermedad.
La necesidad imperiosa de trabajar no debe tomarse a la ligera, y confundir que hay licencia para grandes reuniones sociales, fiestas clandestinas y hasta aglomeraciones, a veces innecesarias.
Bien hace, por ejemplo, la autoridad municipal de Cuenca de regular el ingreso de personas al cementerio por el Día de los Difuntos. Igual, la de no autorizar la realización de ferias artesanales y otros eventos masivos durante el feriado por el aniversario de independencia de la ciudad.
Esta última es una decisión, acaso drástica pero necesaria, si se considera que primero está la vida. Será un revés económico fuerte para los artesanos y para el turismo. Ojalá se puedan concretar algunas alternativas.
Una nueva ola del Covid-19 sería letal para Ecuador. Si bien los médicos saben qué y cómo enfrentar la enfermedad, lo mejor es prevenir. Simbólicamente hablando, no permitir que el virus diga: les contraataco, pero con vuestro consentimiento.