OPINIÓN|
De la fuerza del cambio; al cambio verdadero, el cambio positivo y el vamos por el cambio; pasando por el pan, techo y empleo; aquel, ahora le toca al pueblo; pasamos por la fuerza de los pobres y el: yo te amo Ecuador; llegando a que la patria ya es de todos; hasta el: ya tenemos presidente… El eslogan de campaña da cuenta de una cultura política en formación, donde la emoción se superpone a la razón y la ideología da paso al caudillismo.
En este contexto el uso asertivo del mensaje debe enfocar su construcción sobre la percepción, evaluación, comportamiento y decisiones del electorado, entendiendo la existencia de un mecanismo emocional para la toma de decisiones electorales.
El mensaje es, más allá del eslogan, un conjunto simbólico de iconos verbales y no verbales que se conjugan con una conducta única y coherente; pues como definió Emerson: “lo que haces habla tan alto que no puedo oír lo que dices”, el mensaje es, ante todo, actitud, una expresión honesta y espontánea que genera confianza, empatía y adhesión.
El mensaje es el cincuenta por ciento de la estrategia de campaña, sobre él se construyen los vínculos de identidad, adhesión y voto entre el candidato y su electorado (Morris, 2003), el mensaje persuade, seduce, convoca y convence cuando constituye esa “utopía como motor que impulsa la transformación social hacia una dirección definida por las aspiraciones de una ciudadanía formada y consciente”, (Monedero, 2013, p. 205).
El mensaje de campaña para ser asertivo, y alcanzar la atención del público al que va dirigido, debe ser producto de un constructo empático que articule la capacidad del candidato para, desde la escucha activa, reflejar el contenido y expectativas de un colectivo que expresa y se expresa desde su memoria histórica por un cambio radical, profundo y trascendente. (O)