OPINIÓN|
Cuenca alcanzó su primera Independencia en noviembre de 1820…y, en diciembre, la perdió en Verdeloma. Fue liberada por segunda vez en febrero de 1822 por los ejércitos de Sucre. Hoy, de cara al Bicentenario, es fundamental librar una nueva batalla, esta vez, contra el centralismo.
Luego de la independencia, nuevas cadenas se forjaron con el caudillismo militar de los lugartenientes de Bolívar. Surgió el centralismo, forma moderna del absolutismo. El absolutismo de un estado que concentra todo el poder en desmedro de las ciudades y las regiones.
Combatir el centralismo no es ir contra Quito, sino contra “un sistema” estatal de poder absoluto, que igual abruma a todas las ciudades, entre ellas Quito. No tiene colores políticos. Igual existe centralismo en la extrema izquierda y en la extrema derecha. Allí están Rusia, China o Corea del Norte, el fascismo o el nazismo. Todos son modelos concentradores y absolutistas. Por eso hoy izquierda y derechas extremas, se oponen a un modelo que no sea centralista.
Los gobiernos locales son-generalmente-eficientes, estables y más alejados de la corrupción, que el Estado centralista. Por ejemplo, Cuenca maneja muy bien competencias y servicios básicos como agua, alcantarillado o teléfonos, que llegan casi a todos y con calidad. Imagínense a nuestra ciudad y a las otras del país manejando su vialidad, su salud o su educación. Sería otra realidad y desde luego mejor que la actual. Los gobiernos locales, como son mejores, son más estables. Casi no hay casos de destitución de alcaldes o prefectos. La corrupción no corroe a los gobiernos locales como ocurre con el Estado centralista.
Nuestros países no tienen futuro sin una descentralización radical que termine con esa forma moderna de absolutismo que es el centralismo. (O)